Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Canciones y momentos

El propósito era ambicioso e indudablemente difícil: reunir en poco menos de dos horas el material necesario para rendirle un justo homenaje a esta cantante argentina popular y querida, respetada internacionalmente, que supo ser la voz de los nativos y excluidos de nuestra tierra pero que, también, interpretó canciones brasileñas con dulzura y tangos con temperamento. Las dificultades del director debutante están a la vista en la estructura misma de su documental, que va y viene tomando imágenes y testimonios de aquí y de allá, yendo del pasado al presente y de un país a otro procurando descubrir aspectos íntimos de la artista. La valoración del resultado depende que se vea el vaso medio lleno o medio vacío.
Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica puede enorgullecerse del curiosísimo material de archivo que ha logrado rescatar y poner a disposición de los espectadores, lo que comprende filmaciones, grabaciones de audio, cartas y fotografías, consiguiendo presentir algo de la intimidad de la cantora (término con el que le gustaba definirse). Escucharla cantar entre amigos europeos Los mareados (que más tarde grabó) o verla en algún sencillo festejo de cumpleaños, permiten conocer a la persona por sobre el personaje, tanto como los datos que asoman –a veces contados en primera persona por la propia Mercedes– sobre su primer marido Oscar Matus, su posterior compañero Pocho Mazzitelli, sus padres, hermanos, vecinos y amistades. Haber convocado a su hijo Fabián Matus para cumplir la función de enunciador-entrevistador es otro acierto, no sólo por la sensación de familiaridad que implica su relato sino, incluso, por su cálido tono de voz. Igualmente valioso resulta el rescate de momentos significativos, como cuando recibió de Pablo Milanés (inesperadamente y desde el escenario) una invitación a cantar que le permitió salir de un período de alejamiento de la profesión por problemas de salud. Los testimonios recogidos en distintos puntos de Argentina, Brasil, Francia y EEUU evidencian que hubo un trabajo de investigación respetable y serio.
Pero, al mismo tiempo, se han tomado decisiones discutibles. No parece justificado, por ejemplo, que Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica se ocupe tanto de todo lo que rodeó a su carrera en los años ’70 (incluyendo amenazas, prohibiciones y exilio) descartando mucho de lo realizado desde la vuelta a la democracia en adelante. Una explicación posible es la de elevarla como modelo de artista comprometida con causas nobles, pero por esa aspiración se dejan de lado contradicciones en las que hubiera sido interesante bucear. ¿Esa mujer de familia peronista y perseguida por comunista es la misma que a partir de los ’80 adoptó posiciones políticas más conciliadoras, apoyando a Ricardo Alfonsín cuando dejó la presidencia o a Palito Ortega cuando compitió con el general Bussi por la gobernación de Tucumán? ¿O tal vez esa actitud de congelar la trayectoria pública de Mercedes en el glorioso recital en el Teatro Ópera de Buenos Aires (1982), sin avanzar demasiado, responde a la intención de no entrar en zonas ideológicamente más inciertas? ¿Por qué mostrar la humilde casa que habitó durante su infancia y no dónde vivió en los últimos años?
El film tampoco se detiene en los cambios que fue atravesando su repertorio, cómo elegía las canciones, qué discos suyos fueron los más exitosos o en los que puso más de sí, etc. Comparaciones perezosas dichas por los entrevistados (“era nuestro Mick Jagger”, “la Ella Fitzgerald argentina”, “la Edith Piaf de Sudamérica”) reemplazan reflexiones más profundas sobre su personalidad como intérprete.
Por otra parte, una sensación de documental for export se desprende de la elección de ciertas figuras en detrimento de otras. Sólo eso explicaría por qué aparecen René Pérez Joglar (de Calle 13) y Shakira –apenas participantes en la última producción discográfica de la tucumana, un proyecto de honestidad dudosa–, o Julio Bocca, o por qué se le brinda tanto espacio a Fito Paéz (que habla de sí mismo) o a David Byrne, mientras ni siquiera son mencionados Cuchi Leguizamón, Manuel Castilla o los Carabajal, autores de Balderrama y otros clásicos de nuestro folklore que Mercedes Sosa divulgó. Tampoco Ariel Ramírez merece demasiada atención, aunque juntos hayan hecho discos trascendentes como Mujeres argentinas (1969) y Cantata sudamericana (1972). En tanto, los saltos cronológicos pueden confundir al espectador desinformado (cuando habla del Movimiento del Nuevo Cancionero, Mercedes hace referencia al cine argentino y no queda claro por qué).
Por supuesto que no era fácil incorporar todos los elementos importantes de su vida llena de anécdotas, ni dibujar con precisión los alcances de su valor como artista popular, pero no hubiera estado mal recordar su actuación en Güemes, la tierra en armas (1972, L. Torre Nilsson) en vez de recurrir repetidamente a fragmentos de Mercedes Sosa, como un pájaro libre (1983, R. Wüllicher) o, más aún, destacar que sus versiones de distintos temas suelen cantarse y escucharse en escuelas y actos populares, casi como himnos.
Si algo se propuso Vila (y se puede decir que lo ha logrado) es hacer que su documental resulte ameno y emotivo, aunque para esto último haya insistido en la soledad de la cantante o apelado al llanto de su hermano extrañándola. Dejando entrever algunos matices más allá de su propósito apologético, a Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica le cuesta, finalmente, salirse del habitual formato del documental didáctico-televisivo, como lo demuestra la ilustración de la canción de León Gieco Cinco siglos igual con imágenes que le dan un sentido demasiado digerido.