Mentiras mortales

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Atrapado sin salida

Es cierto que todo lo que se ve en esta película ya fue visto en cine. También que su joven director, Nicholas Jarecki (hermano de Andrew, realizador del revulsivo documental Capturing the Friedmans ), supo hacer un filme comercial digno: lo que hoy es casi un oxímoron, un combo que puede ser computado como rareza.

Mentiras mortales (olvidable, fea “traducción” del título original, Arbitrage ) es un thriller moral/social que no condesciende a moralinas, bajadas de línea ni maniqueísmos: la sana idea de que narrar no es explicar, sino mostrar; si es a través de seres ambiguos, como todos nosotros, mejor; si es a fuerza de detalles, con levedad, mucho mejor. Jarecki lo hizo.

El protagonista de su opera prima ficcional, el millonario financista Robert Miller (Richard Gere, al que los años mejoraron en todo sentido), es inescrupuloso. Y sin embargo, qué horror, nos genera empatía. Sabemos, desde el comienzo, que su dogma es la multiplicación del dinero, no importa el modo. Sabemos, también, que -sin perder su sonrisa muda de ojos achinados, tan Gere- puede fingir altruismo, estafar, dar discursos conservadores sobre la vida conyugal (Susan Sarandon interpreta a su esposa) y salir corriendo, luego, hacia el departamento comprado a su amante. Un par de errores de cálculo y su ambición maníaca irán cercándolo, rumbo a un abismo: en sus negocios, en su vida familiar y, sobre todo, en el plano judicial, no por un negociado sino por una muerte.

Lo interesante es que la película, concebida con el frenético trasfondo de la crisis financiera en los Estados Unidos, se va abriendo en un delta de tramas agobiantes para el magnate. Y que casi todos los personajes que intentan obtener algo de él -dinero, comprensión, atención, justicia- tienen un costado oscuro: humano. Por lo demás, Miller no evalúa sus conductas para darnos al final una lección de vida. Al contrario: parece gozar en la cornisa. El propio Gere dijo que a su personaje no le interesaban, en el fondo, la plata ni el poder; que simplemente era como un jugador compulsivo, un adicto.

Miller es como un tiburón: elegante, feroz, impiadoso. Y tan ajeno a los conceptos de ferocidad y de piedad como un escualo. Si dejara de moverse, moriría. Cada vez que percibió sangre, atacó. Pero el herido, ahora, es él. Si ustedes se preguntaron alguna vez por qué muchos millonarios se exponen hasta límites imprudentes cuando podrían disfrutar tranquilamente de su dinero, Gere les da una posible respuesta en el párrafo anterior. Esta película, en cambio, les mostrará a un millonario en acción. Ni más ni menos.