Memorias cruzadas

Crítica de Fernando López - La Nación

La mujer que agoniza en este hospital brasileño ha ocupado un lugar relevante en la vida de los que ahora siguen de cerca la evolución de su estado. Son, como ella, ex militantes de la lucha armada contra la dictadura, y es natural que al compartir esa angustiosa espera sean los hechos de aquellos años el tema que vuelve una y otra vez a la conversación, y que en ella queden expuestas las diferencias entre los puntos de vista con que cada uno los interpreta desde el presente y las reflexiones que a cada uno le suscitan.

La historia y los personajes son de ficción, pero provienen de las experiencias vividas por la directora y su círculo de amigos y compañeros de la resistencia. Lucia Murat se comprometió primero con la política estudiantil y más tarde formó parte de un movimiento revolucionario, por lo que padeció cárcel y tortura.

El film está dedicado a la memoria de Vera Silvia Magalhães, la única mujer que participó del grupo que en 1970 secuestró al embajador norteamericano a cambio del cual se obtuvo la liberación de algunos presos políticos. Murat fue su amiga; admiró su inteligencia, su coraje, su apasionamiento y su fortaleza de carácter, y con esos rasgos vistió al personaje central de su film, Ana. Pero no se propone hacer un retrato de la que devino leyenda de la izquierda brasileña sino -como lo hace su álter ego en la ficción, la cineasta Irene- utilizar el cine para tener una perspectiva más clara sobre lo vivido en el pasado y plantearse los interrogantes que ahora la inquietan. Entre ellas -y por eso el film incluye personajes jóvenes- la visión del pasado que se transmite a las nuevas generaciones.

La acción transcurre en la actualidad y es la realidad actual de estos personajes, incluidos algún actual ministro y un ex guerrillero italiano refugiado en Brasil, lo que importa: la relectura que pueden hacer hoy del pasado, de lo que significó para ellos la dictadura, de los ideales que perseguían con su lucha y de las decisiones que tomaron en busca de alcanzarlos. Aunque el lazo que los une sigue siendo fuerte -nada lo expone mejor que la propia figura de Ana (que se hace omnipresente en el relato a través del pensamiento de sus viejos compañeros, que la corporizan siempre joven, más que por medio de flashbacks)- hay no pocos desacuerdos entre ellos. Así, Murat expone sus dudas y afronta sus interrogantes. Puede no renunciar a sus ideales, pero coloca en cuestión la necesidad de asumir alguna actitud autocrítica antes que refugiarse en el papel de víctimas que prefieren adoptar algunos de sus compañeros sobrevivientes de la represión. En ese sentido, se trata de un film valiente, honesto y valioso, aunque en el fondo resulte tan interesante por los temas que expone como por la elecciones formales que propone, como la presencia viva de una Ana de otro tiempo en medio de la acción, un poco a la manera del Bergman de Cuando huye el día.