Mekong - Paraná: Los últimos laosianos

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

“MEKONG-PARANA” es de esos documentales que comienzan tranquilos, apacibles, con una historia que uno no sabe ni siquiera a ciencia cierta hacia dónde nos irá conduciendo. Y es así como uno, como espectador va encontrando el asombro, en el contacto con esos personajes cálidos, sinceros, que no ocultan nada a la cámara y que emocionan de una forma genuina.
El documental de Ignacio Luccisano aborda el retrato de inmigrantes laosianos que un poco por azar, un poco por aventura, llegan y se instalan en la provincia de Santa Fe, con el único objetivo de dejar atrás una historia intensa y dolorosa luego de la Guerra de Vietnam y la invasión de su territorio por parte de los Estados Unidos.
Así fue como llega la familia Ithanvog, como tantos otros de los que debieron emigrar del infierno que se había desatado en su país y así comienza a contarse la historia de esta pareja que primeramente debió trasladarse a Tailandia para luego llegar a un lugar tan remoto y de una cultura tan diferente para ellos como era la Argentina, bien al sur del continente americano.
En principio, el relato frente a cámara encabezado por la madre de la familia, ocupa un rol central en las entrevistas que va realizando el director y se nutre con pequeñas animaciones para irnos sumergiendo como en un cuento y acercarnos de una forma sencilla y muy visual, las vivencias de lo que esta familia había tenido que atravesar en su propia historia.
Vamos entrando de forma cautelosa pero profunda, y el gran mérito del ojo del realizador es haber podido encontrar en cada relato, una sensibilidad a flor de piel y esperar pacientemente a que cada protagonista pueda comenzar a contar todo sencillamente desde el corazón, sin dobleces. Así es como cada uno de ellos se irá desnudando frente a cámara, contando todas sus vivencias y sus experiencias en este duro exilio.
La narración de la historia a través de la voz de la madre, deja paso a la del padre de familia y luego, más interesante aún, es escuchar la historia de sus padres a través de la mirada de sus hijos hacia ellos.
Con un fuerte arraigo en las tradiciones, son ellos, los hijos, quienes no hacen más que honrar el trayecto, la épica y la fuerza de voluntad de sus ancestros: y en esa honra recae la grandeza del relato y todo su sentido.
El estilo que elige Luccisano para narrar la historia y poner el ojo de su cámara disponible para el espectador, nos permite empatizar rápidamente y conmovernos por la crudeza de las narraciones frente a la desolación de ser inmigrantes en una tierra desconocida, tener que lidiar con la imposibilidad de comunicarse –una cultura y una lengua completamente ajenas a ellos-, la llegada a un continente absolutamente nuevo luego del flagelo de la guerra y así relatan lo dificultoso que ha sido poder acostumbrarse hasta a los alimentos más básicos que se le ofrecían, tan diferentes a lo que consumían en su tierra.
Fotos, material de archivos y estos valiosos testimonios van completando esta historia de inmigración tan particular, tan poco frecuentada por el cine que nos da la posibilidad de asomarnos a otra cultura, otra historia, abrir otras ventanas para ampliar conciencias y poder mirar diferente.
Esto se logra indudablemente gracias a la honestidad con la que los integrantes de la familia Ithanvog se entregan frente a la amorosa cámara de Luccisano en la dirección.
El dolor se transforma en un simple recuerdo, una evocación que hoy puede inclusive, instalar una sonrisa en sus caras y hablar desde el triunfo de haber sobrepasado ese desarraigo, esa soledad, esa desolación en una geografía que les era tan extraña. Aun con todas las adversidades, han podido instalarse, echar raíces y establecerse con esa gran familia que hoy han podido formar y de la que cada uno de sus miembros puede sentirse orgulloso.
Un documental directo, simple, sin grandes pretensiones que crece justamente de esa manera, dejando fluir a sus protagonistas, permitiéndole narra con su propio tiempo y permitirnos embarcarnos en su propia historia como si un abuelo nos contase un cuento antes de irnos a dormir. Y la sensación, es hermosa.