Mejor que nunca

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

En las entrevistas de promoción de Mejor que nunca, Diane Keaton pidió que la industria cinematográfica deje de ignorar a las mujeres mayores de 60. Un reclamo justo por una situación que a ella la afecta personalmente: esa falta de oportunidades para las actrices de tercera edad tiene que ser una de las explicaciones de su participación en una película como ésta. Annie Hall también necesita pagar las expensas.

Keaton lleva sus 73 años con una vitalidad envidiable y ese elegante aspecto de hippie de los ’60 devenida intelectual con onda. Sigue siendo tan juvenil, fresca y simpática como en las épocas de su sociedad artística con Woody Allen. Pero ahora ya no la dirige el genio neoyorquino sino Zara Hayes, que viene del documentalismo y debuta en el terreno de la ficción. Y entonces Keaton entrega una actuación tribunera, con mohínes constantes para los espectadores.

Así y todo, Jacki Weaver y ella son lo más rescatable de esta comedia que se propone reivindicar a los viejos y no hace más que ser condescendiente con ellos. La historia se inscribe dentro del subgénero que tiene a The Full Monty como pináculo: personajes perdedores que se proponen competir en un deporte o montar un espectáculo para el que son inadecuados. Aquí hay una mezcla de ambos objetivos, porque las residentes de este condominio para mayores de 55 años quieren armar un equipo de porristas.

Mejor que nunca no se aparta de la receta habitual para estos casos: las entrevistas de selección a las candidatas (cliché del que tan bien se burló Deadpool 2), el videoclip musical con los progresos que van haciendo, el par de contratiempos que consiguen superar. A todo esto se le añade unas dosis de eso que Hollywood entiende por feminismo, como para no apartarse de la corrección política imperante, y un trasfondo dramático rayano en el golpe bajo.

Entre una infinidad de gags infantiles se cuela el contradictorio mensaje de que no se debe tratar a los ancianos como niños (aparentemente al público sí se lo puede subestimar). Apenas un par de chistes de humor negro elevan un poco el umbral de ingenio, pero no alcanzan para que pasar una hora y media en este geriátrico de lujo valga la pena.