Megalodón

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A una industria carente de imaginación, dominada por las franquicias, se le está sumando una nueva plaga: las remakes no oficiales. La angustia de las influencias parece un chiste perimido: la cuestión ya no pasa por tomar un par de viejas ideas y disimularlas más o menos con giros novedosos, sino lisa y llanamente desempolvar clásicos y repetirlos. Y cuanta más posibilidades de meterles pirotecnia visual haya, mejor. 

Una muestra reciente es Rascacielos(mix de Infierno en la torre y Duro de matar) y otra es esta Megalodón, una Tiburón con más presupuesto, mejores efectos especiales y sin el talento de Steven Spielberg. Estas dos producciones, además, son nuevos ejemplos de la tendencia actual de Hollywood de mirar hacia el gigantesco mercado chino. En este caso hay capitales de ese origen involucrados y por eso trabajan un par de actores de esa nacionalidad, todo transcurre en aguas orientales y hay diálogos en cantonés.

Y está Jason Statham, heredero natural de Bruce Willis, que saca a relucir su pasado de clavadista con proezas dignas de Aquaman (pero, en un guiño bíblico, se llama Jonás). Aparentemente el británico es muy popular en China y su presencia, además, sirve para compensar un poco, a puro carisma, la insipidez general. Porque aquí hay tiburones pero no sangre; en el afán por evitar calificaciones restrictivas que recortaran la taquilla, las muertes están lo más lavadas posible. El propio Statham y el director se quejaron de esto, que tuvo como resultado que la película no terminara de encontrar el tono.

Las oscilaciones del guión son tan constantes como las de los barcos atacados por el tiburón. Los diálogos explicativos y solemnes -entre un grupo de científicos que descubre y persigue al gigantesco bicho prehistórico- se alternan casi mecánicamente con alivios cómicos; la acción y el suspenso están descafeinados por esos pasos de comedia adolescentes; y los impresionantes efectos no disimulan el perfume clase B de todo el conjunto.

La historia -basada en la primera novela de una saga de Steve Alten- está tácitamente dividida en tres partes. Para cuando llega la tercera, la tentación de mirar el reloj es muy fuerte, y esto es lo peor que se puede decir de una película concebida para entretener.