Megalodón

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

“Tiburón” recargado

Desde Tiburón (1975) hasta la saga televisiva Sharknado –que el próximo domingo estrena en los Estados Unidos su sexta entrega en ¡cinco años!– y las recientes Miedo profundo (2016) y A 47 metros (2017), las películas sobre escualos con apetito de carne humana han sido una de las grandes recurrencias del cine catástrofe. En ese grupo se inscribe Megalodón, en la que, acorde a los tiempos que corren, todo es grande, ruidoso y espectacular, con un despliegue menos físico que técnico, con más pericia visual que narrativa. De allí que el tiburón pertenezca a la especie más grande de la que haya registro: el megalodón era el mayor predador de los vertebrados, con hasta 18 metros de largo y unos dientes triangulares de 18 centímetros capaces de penetrar la carne con la misma facilidad que un cuchillo afilado a una bondiola braseada. Los expertos afirman que se extinguieron hace tres millones de años, pero como el cine es un terreno donde todo es posible, ahora vuelven recargadísimos, con más hambre que nunca.

Que nadie espere el suspenso y el carácter sugestivo de la mano maestra de Spielberg, ni tampoco el aura trágica tan propio del cine de los años ‘70 ante la imposibilidad de dominar a la bestia. A lo sumo, algunos homenajes más o menos explícitos al padre de la criatura y una módica intriga que dura hasta que el bicho se muestra en su esplendor, todo en medio de una comedia que tarda un buen rato en asumirse como tal y encontrar su tono. Dirigida por el veterano Jon Turteltaub (Jamaica bajo cero, Mientras dormías, Instinto, La leyenda del tesoro perdido), el film apuesta por una narración empujada por la acumulación de sucesos. Todo comienza con un multimillonario llegando a la plataforma marítima que financia y en la que un grupo de expertos busca probar que el océano es más profundo de lo que se cree. Según ellos, el piso de la Fosa de las Marianas, a una profundidad de once kilómetros, es una capa de gas bajo la que hay agua tibia y un ecosistema desconocido para la humanidad. Hasta allí llega una primera exploración que termina varada debido a la embestida de algo que no se sabe qué es. Y ahora, ¿quién podrá defenderlos? El elegido es Jonas Taylor (Jason Statham), un rescatista medio traumado desde su último trabajo fallido.

El pelado baja y, claro, los rescata, desatando un festejo que se extiende hasta que un tiburón gigantesco le clave los dientes a la plataforma submarina. Sucede que la expedición abrió un “portal” de agua tibia que permitió el reingreso a la parte superior del océano de un megalodón, y ahora hay que hacer lo que hacen los norteamericanos con todo lo desconocido que les inspire peligro: matarlo. Allí comienza un largo segundo acto que tiene lugar en un barco que funciona como base operativa de una cacería exitosa. ¿Termina la película? Claro que no, porque el bicharraco vino con varios compañeros, y para colmo uno de ellos se dirige rumbo a una playa más densamente poblada que la Bristol en la segunda quincena de enero. Una playa china, dado que Megalodón es otro avance en la alianza estratégica de los grandes estudios para afirmarse en el gigante asiático mediante coproducciones con actores y actrices locales. Recién aquí, sobre la última media hora, el film asume su condición de disparate absoluto entregando algunas situaciones que de tan inverosímiles se vuelven divertidas, como aquélla en la que Statham maneja un pequeño vehículo subacuático con una destreza digna de Han Solo a bordo del Halcón Milenario, confirmando que, como señaló Variety, Megalodón es “Tiburón con esteroides”.