Medusas

Crítica de Fernanda Nicolini - Crítica Digital

Tres historias cruzadas de mujeres a la deriva

Una nena de cinco años –ojos enormes, rulos naranjas, simpático salvavidas a rayas en su cintura– aparece en la playa recién salida del mar. No habla, no llora: acepta la toalla que le ofrece una chica y se va con ella con naturalidad para luego desaparecer.

Entre absurdo y fantástico, este pequeño personaje es la pieza clave de un film que narra la historia de tres mujeres sin relación entre sí, salvo por cruces casuales y la imposibilidad que tienen para vincularse con madres, hijos o marido. Batya, la chica de la toalla, es mesera en bodas y se acaba de separar.

En pocas horas, también perderá su trabajo tras la misteriosa aparición de la niña, que le recuerda su condición de hija de padres ausentes. Una de estas bodas es la de Keren, quien se queda encerrada esa misma noche en el baño y se quiebra una pierna tratando de salir. Eso la confinará a un sórdido hotel con su reciente marido, con quien no puede congeniar.

El trío lo completa Joy, una filipina que asiste a esa misma boda como cuidadora de una anciana y que saltará de anciana en anciana mientras sufre la culpa de haber dejado solo a su hijo en su país. A todas ellas las persigue la distancia –física o afectiva– con el otro, y las une la desconexión en una Tel Aviv cosmopolita que podría ser cualquier otra ciudad, salvo por una frase que funciona como marca generacional en boca de un personaje secundario: “Mis padres son sobrevivientes del holocausto, nunca pude reclamarles nada”.

Con algunas situaciones cómicas dentro de una pátina melancólica, la premiada ópera prima del best seller israelí Etgar Keret y de su mujer, la dramaturga Etgar Keret, no pretende originalidad sino contar historias de cierta belleza lateral con la clara intención de esquivar tópicos al hablar de los israelíes, algo que Keret ya supo hacer en su literatura.