Medianoche en París

Crítica de Uriel De Simoni - A Sala Llena

Medianoche en París retrata el viaje de placer de Gil e Inez, una pareja estadounidense a punto de casarse, por Francia aprovechando un viaje de negocios del padre de la novia.

Inez, una mujer absolutamente segura de su condición y amor hacia su futuro esposo, brinda el apoyo sin mucha seriedad a la nueva ocupación de Gil: la escritura de una novela para alejarse de los guiones cinematográficos que escribe para Hollywood.

El novio por su parte, es un melancólico amante del arte con la aspiración de quedarse a vivir en Francia y que revive mágicamente a sus ídolos en los pasajes parisinos, encarna el protagonismo para centrarse en aquello que soñó, que aspiró y ve diluirse en sus manos producto del compromiso, encasillamiento rutinario y el “mundo” en general en donde vive.

La breve vida de París producto del viaje despierta entonces en cada uno del coro actoral, un cambio en su forma, que culmina, o conduce a una culminación aparente con una metamorfosis personal: La angustia, el amor al pasado y el desprestigio del presente en la mágica ciudad, comprenderán el avance y progresión de la trama en donde Gil se sentirá inundado de una realidad monótona que se contrapone al verdadero viaje de los sueños.

La nueva comedia dramática de Woody Allen, retrotrae a lo mejor del cineasta que, con una extrema simpleza que forma parte de su amplio estilo, evoca sus más profundos y encarnizados deseos personales en una polimerización narrativa y artística que resulta en una pieza auténtica de pura imagen, puro sentimiento, de puro cine.

Sin aquellos elementos oscuros que caracterizaron producciones anteriores del cineasta tales como Scoop (Scoop, EE.UU. Inglaterra 2006) o Match Point (Match Point, Inglaterra, 2005), un viaje con alusiones a Vicky Cristina Barcelona (Vicky Cristina Barcelona, EE.UU. España 2008), resulta en un elemento sobrenatural y fantástico con el temple narrativo habitual de Woody.

Detalle más que destacable se hace presente de la mano de la temporalidad discursiva donde el pasado convive elegantemente con el presente para reivindicarlo en lo que a desarrollo psicológico del protagonista refiere. Hacemos un parate en éste asunto: el pretérito no se crea y se desarrolla como una cuestión azarosa, sino que la especificidad espacio-tiempo se da en pos de un renacimiento artístico pleno en donde las épocas doradas de la literatura, pintura, cine y música actúan en comunión con la vida y obra del personaje principal encarnado por Owen Wilson, en un mundo fotográfico impactante en el cual ni los propios y célebres artistas que se suceden, se comprenden a sí mismos en su totalidad y plenitud, incluso plantean la misma melancolía y creencia de Gil, que aun estando asombrado durante todo el relato, constantemente rectifica aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Y hablamos de arte, de célebre arte de la belle epoque y los años 20, siendo sus voces paradigmáticas, por solo nombrar algunas, Hemingway, Dalí, Buñuel, Picasso, Toulouse Lautrec y Rodin, que certifican aquel sentimiento personal tanto de caracterización como de dirección que hace avanzar ágilmente el relato y sin detalles que resulten superfluos a la totalidad.

Situándonos (centrándonos) en la cuestión puramente actoral, Allen reconstruye su intimismo a partir de una coralidad y construyendo puntualmente un progreso a través de Wilson que, extirpado del rol cómico-paródico que lo hizo conocido, acciona dramáticamente recordando aquella mezcla de seriedad e ironía del Jim Carrey de Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdo (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, EE.UU. 2004).

Acercamiento en la distancia de los años, las artes son expresadas desde breves simbolismos que, simplemente explicados, abren un abanico de interpretaciones y sentimientos que ocupan la mente en el conocimiento, en la ampliación de un “algo” cognitivo que la historia fue generando a través del tiempo, por ello, no es casual que quien presencie esta obra maestra del cine de Woody Allen, salga de la sala intentando recordar, o simplemente acercase, a las formas de arte que propone desde un lugar no tan formal.

Técnica, narración y demás están encaradas desde una visión ya conocida por el cineasta, donde la expresión de una introducción remite a una profundidad invisible por sobre lo que se aprecia en el cuadro. Un claro ejemplo de este recurso es el recorrido parisino que Allen realiza sobre el principio del filme, encarando solo planos descriptivos que consecuentemente se transmutan en narrativos debido a la complejidad de su naturaleza: París por la mañana, lugares que son los que tomaría con su cámara hogareña cualquier turista pero con una simpleza y originalidad que no se logra ni siquiera bajo el riguroso plan de rodaje. Los puntos escogidos por el cineasta se suceden unos a otros creando una historia de parís (del día a la noche), reflejando un amor a la ciudad de las luces similar al que posee por New York, y este intento de abordar París, proviene desde un amor a primera vista cuando se sucedió el rodaje de la película debut como actor y guionista de Woody en el cine: ¿Qué hay de Nuevo, Pussycat? (What's New Pussycat?, EE.UU, Francia 1965); y por otro lado un nuevo acercamiento al localizar escenas, por pocas que fueran, en Todos Dicen te Quiero (Everyone Say I Love You, EE.UU. 1996).

Con un sonido repetitivo, constante pero agradable al oído y que ilustra perfectamente el cuadro por cuadro que se propone la visión directiva, Medianoche en París nos habla de una pasión, de un amor que si bien se manifiesta tácito, deja entrever vestigios de su naturaleza. Woody Allen es una vez más aquel genio, aquel artista en el más amplio significado del término, aquel que afirma ese reiterativo “Cada vez que visiono una película que acabo de terminar, siento una penosa decepción. En la pantalla, el resultado no me gusta. Pienso entonces en cuando, un año atrás en mi habitación, tuve una idea excelente de película, y en cómo todo parecía prometedor. Desgraciadamente en la escritura, el casting, el rodaje, el montaje, las mezclas, he ido estropeando mi buena idea. Entonces ya no pienso en nada más que deshacerme de esa carga. Me niego volver a ver la película”, y que nosotros pensamos como respondiéndole: “si esta película es una decepción, bienvenidas sean esas decepciones que dan como resultado obras maestras donde se respire celuloide, como lo es Medianoche en París y bienvenido seas nuevamente, Woody Allen”.