Medianoche en París

Crítica de Julia Panigazzi - A Sala Llena

Oh La La!! es lo que el espectador suspira al ver las primeras imágenes del último film romántico – surrealista de Woody Allen, ya que es notoria la fascinación de este con la ciudad de París: las tomas no son solo de los sitios turísticos que nunca fallan, sino también de sus calles, sus entradas, sus veredas y la belleza que se desprende de ver la Ciudad Luz bajo la lluvia. El encanto parisino traspasa la pantalla y se instala en la sala.

La historia sitúa a Gill (Owen Wilson) y a Inéz (Rachel MacAdams) en su último viaje de solteros, acompañados por los padres de ella que gozan de una buena posición económica. En un almuerzo se topan con una pareja de conocidos; él es un turista afectado, un libro andante, todo lo sabe y de todo da una opinión que pareciera universal.... su mujer lo acompaña festejando sus monólogos. La pareja insiste en pasar tiempo con ellos durante la estadía.

Inéz representa a la turista que va de compras a París como si se tratase de un gran anticuario de extrañezas, visita algunos puntos típicos en compañía de la pareja -con quienes se siente cómoda e ilustrada, por decirlo de alguna manera- desacredita frente a ellos a Gill en cuanta oportunidad se le presenta y da por sentado un futuro junto a él casi sin análisis previo o algún tipo de reflexión.

Gill, en cambio, está en esa etapa en la que fantasea con quedarse a vivir allí y establecerse como novelista; piensa que la ciudad se entiende con él y que es allí donde la inspiración correrá por sus venas. Enamorado del adoquín que pisa, presto a repensar su actual relación y un poco quién es y qué quiere hacer de ahora en más.

Es difícil aceptar que Owen Wilson sea el protagonista de esta historia, más que nada porque se lo suele asociar a otro tipo de films, como Zoolander, Noche en el Museo o Marley y Yo, entre otras; rescatando excepciones como Los Excéntricos Tenenbaum, el actor y guionista se amolda a la dirección del film, y el espectador no puede imaginar a otro en su lugar. ¿Quién a media noche en Paris sube a un auto de época y viaja en el tiempo (en un film dirigido por Woody Allen)? Él, aunque cueste creerlo: se encuentra en la noche parisina de los años veinte con varias de las figuras que admira e idolatra, caminando por la ciudad: Zelda Fitzgerald, Gertrude Stein, Ernest Hemingway. En medio de esto conoce a una especie de Kiki de Montparnasse, musa inspiradora de Picasso y otros vanguardistas de la época, pero más acotada. Noche a noche la cita se da en esta dimensión idealizada por él, aburrida para ella.

Y es por eso que cuando se agota el recurso, la segunda vuelta de turca es la belle époque, con Toulouse-Lautrec y Degas, y con repetición de la fórmula inicial: durante parte de estas idas y vueltas Will entiende que algo debe cambiar.

Aunque con un final un tanto precipitado, ya que todo se da de una manera demasiado redonda, el ritmo no se ve alterado por estos “viajes al pasado” y la historia no tiene inconvenientes ni momentos incoherentes, todo encaja perfectamente y los protagonistas se dejan llevar. El film es divertido y original, de mirada efectiva y sensación agradable: Woody Allen sale airoso de una cinta dedicada a los enamorados de un periodo, apasionados por la historia del arte y melancólicos (como siempre).