Medianoche en París

Crítica de Juan Carlos Fontana - La Prensa

El amor a orillas del Sena

Sólo Woody Allen podía permitirse incluir en un mismo filme, a actores que representan una de las épocas de oro del arte internacional, como Degas, Toulouse Lautrec, Manray, Luis Buñuel, Cole Porter, Zelda y Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, o Gertrude Stein, sin obviar a Pablo Picasso, o a Dalí.

Lo curioso es que en este viaje por el pasado, el gran Woody no emplea efectos, ni tampoco ningún juego sofisticado de cámaras, para hacer que su protagonista (un guionista estadounidense, que trabaja en Hollywood y visita París, con su novia y los padres de ella) viaje en el tiempo, tanto a la década de 1920, como a la Belle Epoque, con el Moulin Rouge incluído y su artista paradigmático el genial Toulouse Lautrec.

AUTO ANTIGUO

Sólo un abrir y cerrar de puertas de un auto antiguo que recoge al protagonista en las escalinadas de una iglesia por las noches, le sirven de apoyo a Allen para que su "alter ego" viaje en el tiempo y de pronto se descubra tomando unas copas con los Fitzgerald, encantadores y de gran vida social; o toparse con un Hemingway, siempre dispuesto a pelear, después de unos tragos demás, o ver y escuchar a Cole Porter tocando sus melodías en piano, siempre muy bien rodeado.

Allen concreta un filme encantador, que lo podrán disfrutar mejor aquellos de una edad aproximada a la del cineasta, que cuenta con varias décadas en su haber, ya que la mayoría de los que en esta historia aparecen dejaron legados insustituíbles a través de sus obras literarias, plásticas o musicales.

"Medianoche en París" refiere a los paseos nocturnos de Gil, ese guionista inconformista, que busca su lugar en el mundo y no se atreve a mostrar su novela porque todavía la considera en construcción. Aunque más tarde el aval de Gertrude Stein lo hará recapacitar como para atreverse a algo impensado hasta ese momento.

LA OVEJA NEGRA

Gil es la "oveja negra" que acompaña a esa familia estadounidense, que se creen superiores y tienen demasiado poca simpatía por los franceses, mientras que el futuro yerno cree haber descubierto su lugar de inspiración a orillas del Sena, en los barcitos bohemios o simplemente caminando por las nocturnas calles parisinas.

El filme es chispeante, irónico, ingenuo y pequeño y podría leerse como una travesura típica de Allen, que apela al entretenimiento haciéndole recordar al espectador, que a fines del siglo XIX y principios del XX, hubo una serie de precursores, que en la actualidad no han podido ser reemplazados en cuánto a su lucidez e inteligencia creativas.

Clive Owen, como Gil, el guionista, consigue una interpretación de gran eficacia. Cómodo en su papel el actor, se desenvuelve con una informalidad muy bien estudiada. A su lado, el papel que desempeña Corey Stoll, como Hemingway no deja de ser un hallazgo, del mismo modo que Kate Bates hace de Gertrude Stein o Alison Pill, de una admirada Zelda Fitzgerald.

Un París idílico, fascinante que invita a viajar lo antes posible a esa ciudad soñada, es retratada por momentos por Allen, como si se tratara de una gigantesca tarjeta postal.