Medianoche en París

Crítica de Daniel Castelo - ZonaFreak

El pequeño gran hombre de Manhattan está de nuevo entre nosotros pero desde París, su segundo hogar, la ciudad en la que su cine es más protagonista que en ningún otro lado, incluso más que en New York. Y Allen aquí no solo aprovecha la ocasión para trabajar como secretario de turismo ad honorem de la ciudad luz (la intro del film se compone de un par de minutos de imágenes de la ciudad, sin más hilación que el paso de las horas de la mañana a la noche).

Sin embargo, el bueno de Woody, pese al desgaste que viene presentando su filmografía, nos presenta una trama interesante desde su planteo. Gil (Owen Wilson) es un guionista de Hollywood devenido en escritor, enamorado de París y su encanto bohemio, pero que a punto de casarse comienza a sufrir demasiados contrastes con su novia. Hasta aquí nada demasiado alejado del universo Allen. Pero, una noche, tras las campanadas de las doce, un carruaje recoge a nuestro antihéroe y lo traslada a la década de 1920, en medio de un agujero temporal en el que se relaciona con nombrecitos como Pablo Picasso, Salvador Dalí, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y, sobre todo, una de sus enamoradas, Adriana (Marion Cotillard), que parece logra desestabilizar al rubio.

El film se apoya en la idea del viaje en el tiempo, pero sobre todo en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, o al menos en la posibilidad de refutar semejante concepto. El Gil de Wilson (con perdón) enfrenta así algo similar al ascensor que transitó otro de los personajes de Woody, aquel de Deconstructing Harry.

Con el marco de una ciudad siempre apta para la postal turística y un trabajo de reconstrucción de época loable, la labor de Owen Wilson es formidable, demostrando el gran actor de comedia que es, en este caso no solo como el escriba en busca de su isla de Utopía, sino como el inevitable alter ego del director (saco un talle más grande incluído). Del resto del cast se destaca, como era de esperar, Cotillard, exquisita, además de la breve aparición de Adrien Brody en la piel de Dalí. El resto acompaña con dignidad, sin mayores luces pero con lo justo, bajo la batuta atenta de un autor que no parece querer ceder ante la disciplina autoimpuesta de un film por año. En este caso, y después de la muy floja Conocerás al hombre de tus sueños, la partida volvió a salirle bien.