Medianeras

Crítica de Claudio D. Minghetti - La Nación

Una acertada mirada al paisaje urbano y a sus entrañables personajes solitarios

Gustavo Taretto sabe de arquitectura, y se nota. No es arquitecto, pero diseña sus obras para que funcionen al servicio no sólo de las historias sino también de los personajes que las construyen, y el resultado es sorprendente. Lo viene haciendo desde hace rato, con cortos como Las insoladas , Cie n pesos, Hoy no estoy, el excepcional Una vez más (del grupo 25 Miradas/200 Años, dedicado al Bicentenario) y Medianeras , el más premiado de todos ellos, que sirvió de primera versión de su ópera prima.

Los personajes creados por Taretto son jóvenes de clase media, aburguesados a pesar de sus limitaciones (como él dice, de los que no necesitan levantarse a las cinco de la madrugada para ir a trabajar); son porteños y se mueven en un paisaje reconocible, a pesar de que el cineasta los encuadra sin caer en lugares comunes. Generan empatía más allá de su localismo y así, seguramente porque "pinta su aldea" desde una mirada que no es la habitual, y sin ser traicionada, esta misma historia podría tener como escenario cualquier otra ciudad como Buenos Aires.

Martín y Mariana son tal para cual, pero no se conocen. Taretto transmite al espectador el deseo de que aparezca ese lugar que pueda reunirlos. Hay otras mujeres y otros hombres, pero no los conforman. Son, como Wally -el personaje delgado, con pulóver blanco con rayas rojas, anteojos y gorro de lana que hay que encontrar en los libros infantiles de Martin Handford-, difíciles de recortar en la gran multitud.

Taretto explora las simetrías existentes entre Martín y Mariana, con la ciudad como una protagonista más. Ellos son interpretados a fondo por el debutante en cine Javier Drolas y la ya muy experimentada en su país -España- Pilar López de Ayala. De alguna forma también hace un proceso similar con las criaturas de Inés Efrón, Carla Peterson, Adrián Navarro y Rafael Ferro, todos alejados de sus composiciones habituales, y a través de los que genera subhistorias en las que ellos son protagonistas sin convertir el relato en un rutinario (entrelazado y previsible) retrato "coral". Incluso con los personajes que apenas asoman sus narices hacen lo suficiente para dejar su marca.

Más acá de su exitosa trayectoria en cortos, Taretto se suma ahora al que parece ser un nuevo y sorpresivo capítulo de la historia del cine argentino de los últimos tiempos, una brisa necesaria, fresca y esperanzadora que, seguramente, será descubierta y agradecida por el público. Lo merece.