Maze Runner: Correr o morir

Crítica de Martina Putruele - ARG Noticias

Correr o morir

"El desnivel acecha. Cada paso puede ser la caída. Soy el lento prisionero de un tiempo soñoliento que no marca su aurora ni su ocaso. Es de noche. No hay otros. Con el verso debo labrar mi insípido universo". Jorge Luis Borges, El Ciego.

Entre el universo distópico y sádico de Los Juegos Del Hambre, y la historia de barbarie versus inocencia del cásico de William Golding "El Señor de las Moscas", se asoma The Maze Runner: Correr o Morir -filme basado en el homónimo bestseller juvenil del 2009 de James Dashner- que adapta para la pantalla grande un relato plagado de misterio, incertidumbre y enigmas.

Y la película no deja que el espectador despegue los ojos de la pantalla ni por un segundo. Desde que Thomas (Dylan O'Brien) se despierta en un ascensor –empapado y sin ningún recuerdo de su vida pasada-, y llega a una colonia de chicos que fueron misteriosamente abandonados en el medio de un laberinto, la historia sólo mejora.

Los jóvenes deben vivir de las pocas provisiones que "alguien" les da por mes, e investigar el laberinto que los rodea, tratando de no morir en el intento. Es que las paredes de concreto que se bifurcan en todas direcciones, y que cada noche cambian su diseño, esconden mucho más de lo que ellos se imaginan. Pero el laberinto es precisamente la clave para poder escapar.

El debut direccional de Wes Ball –que hasta el momento se dedicaba a los efectos visuales y hasta tiene su propia compañía- es una película atrapante que hace un uso sutil del CGI para darle lugar más preponderante a la narrativa fílmica de The Maze Runner y al nuevo talento de O'Brien, que tiene una larga carrera cinematográfica en su futuro actoral.

Con una premisa irresistible, y un ritmo punzante y consistente, The Maze Runner logra establecerse como algo más que un filme distópico adolescente, y se suma a la larga lista de largometrajes juveniles que llegan a superar las expectativas, y más.