Maze Runner: Correr o morir

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

En las puertas de lo inesperado

En el contexto de la denominada “literatura juvenil”, además de la llamada fantasía épica (o épica fantástica, como le gusta decir a Liliana Bodoc), que suele estar vinculada al amplio apelativo al que referíamos, se han expandido en los últimos años otras temáticas. Éstas incluyeron la vampírico-demoníaca en las sagas “Crepúsculo” (Stephenie Meyer) y en “Cazadores de sombras” (Cassandra Clare), y una línea que tiene que ver con cierta rama de la ciencia ficción distópica, cuyo mayor exponente es la trilogía de “Los juegos del hambre” de Suzanne Collins, pero en la que también revisten “La huésped” (también de Meyer), “Divergente” (Veronica Roth), y “The Maze Runner”, de James Dashner (recomendada por Tiffany Calligaris a su paso por Santa Fe).

Como es de esperar, la fidelidad y el entusiasmo de los públicos de estas sagas las han convertido en tentadoras franquicias para la industria cinematográfica, y a todas les ha ido llegando el turno de pasar a la pantalla grande. Y la primera novela de “The Maze Runner” no iba a ser la excepción.

Lo interesante del planteo inicial de la película (tomada del libro original) es que partiendo de la base de que la amnesia es uno de los elementos clave de la historia, vamos acompañando al protagonista en su descubrir de la (nueva) realidad que lo rodea.

Recién venido

La historia comienza con un muchacho despertándose en un ascensor de carga, entre provisiones, y algún animal vivo. A diferencia de los ascensores individuales de “Los juegos del hambre”, que se abren a la luz diurna de la sangrienta arena, éste lo deposita en el medio de un lugar que pronto sabrá que es conocido como “el Área” (“the Glade”); allí lo recibe un montón de otros jóvenes, todos varones, quienes le dicen que en un par de días recordará su nombre de pila, pero nada más. Veremos cómo este “novato” se reencuentra con su nombre (Thomas) y empieza a conocer las particularidades de su nuevo hogar.

Allí todos desconocen su pasado, todos los meses llega un novato junto con la provista que trae “la caja” (el ascensor). El Área está rodeada por los muros internos de un laberinto, al cual se accede por unas paredes que se abren durante el día y se cierran al atardecer. En el marco de esa nueva sociedad creada en tres años, se han generado grupos por actividades, y los Corredores son los encargados de explorar el laberinto para averiguar si hay una salida. Allí habitan peligros (en principio) nocturnos.

Adentro y afuera

Toda comunidad necesita líderes, y el principal es Alby, el primero en llegar, secundado por Newt. Minho es el jefe de los Corredores, y Gally es una figura de cierto ascendente sobre la amnésica gurisada.

Otro elemento de interés reside en cómo retoma la vieja idea de “El señor de las moscas”, de William Golding: cómo un grupo de jóvenes desarraigados puede forjar desde cero una nueva civilización, con sus estratificaciones, sus jerarquías y sus reglas fundantes.

Pero en este caso todo ese mundo va a ser puesto en cuestión con la llegada de Thomas, a quien se sumará “alguien más” que será otro detonante de una serie de cambios que apresurarán la búsqueda de una salida, dejando al mismo tiempo algunas revelaciones sobre el afuera.

Quizás los fans de la saga literaria extrañarán cosas, como el desarrollo de los personajes, cosa que suele suceder en estos casos, en general en favor de la acción, que el debutante Wes Ball conduce con buena mano, sobre el guión de Noah Oppenheim. Las tensiones entre la “seguridad” del adentro y los peligros del “afuera” (y los argumentos “conservadores” para evitarlos) funcionan, como así también el crescendo hacia un final que trae muchas explicaciones... aunque no todas (abriendo las puertas a la próxima entrega).

Buenos muchachos

El juvenil elenco tiene la particularidad de incluir algunas figuritas promisorias de origen británico, además de estadounidenses como Dylan O'Brien, el encargado de conducir el relato como el decidido Thomas. La bonita Kaya Scodelario no tiene tanto margen de lucirse como Teresa (guarda, se nos está escapando un dato) pero seguramente tendrá su oportunidad en la próxima, de ahí que sea la número dos de la lista.

A. Ameen (Alby) logra transmitir algo de ese rol de anciano sabio de veintipocos, pero Thomas Brodie-Sangster (Newt) impone una presencia mayor, con su aspecto de secuaz de Peter Pan y sus miradas de refilón. Will Poulter (el Eustace de Las Crónicas de Narnia, ya crecido) vuelve a hacer un personaje contrera y le sale bien.

Poco espacio tiene Ki Hong Lee como Minho, un personaje que tal vez queda más unidimensional de lo que los lectores esperarían. Blake Cooper como Chuck tiene a su cargo el toque emotivo. Y para el final dejamos a Patricia Clarkson como la misteriosa Ava Paige: lo suyo es de taquito, pero también esperamos más para lo que viene. Es que más allá de los callejones sin salida parece haber un mundo más complejo: quizás el verdadero laberinto.