Máxima precisión

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Desiertos yuxtapuestos.

La moral bélica necesita de una contraparte progresista que la critique, así funciona el complejo inconsciente colectivo norteamericano. A través de la dialéctica, vemos tanto las críticas como la defensa de una cultura que se apuntala en su guerra permanente. En Máxima Precisión (Good Kill, 2014) esta premisa se actualiza en el desierto de Nevada. Allí, un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea Norteamericana maneja remotamente drones que atacan posiciones en distintos lugares del mundo para “defender” la democracia y los intereses de Estados Unidos.

El Mayor Thomas Egan controla estas naves desde la seguridad de su cabina y anhela la adrenalina de pilotear un avión real y volver a sentir el miedo de estar surcando los cielos. Su insatisfacción con su trabajo lo lleva hacia el abuso de las bebidas alcohólicas y a una ensoñación constante, incluso estando presente con su familia. La situación empeora cuando la Agencia Central de Inteligencia se involucra en las misiones y solicita la eliminación de varios presuntos terroristas sin medir los daños colaterales.

La película de Andrew Niccol, director de Gattaca (1997) y El Precio del Mañana (In Time, 2011), trabaja todos los pruritos progresistas sobre la guerra para crear una obra despareja situada cerca de Las Vegas, una ciudad que funciona como bastión paradigmático de la sociedad de consumo norteamericana. En la cabina, la copiloto defiende una posición progresista mientras que los otros dos pilotos sostienen la defensa de los ataques preventivos y de la política pro belicista.

La contradicción más grande se produce cuando el equipo, en una de sus misiones de vigilancia, presencia una violación y no puede hacer nada al respecto. Máxima Precisión plantea de esta manera la responsabilidad moral en contraposición a la rigidez marcial del ejército y la necesidad de acatar las órdenes. Mientras que aparentemente el imperturbable Egan se desmorona psíquicamente en el desierto de Nevada, los ciudadanos de Afganistán, Yemen y el resto de los países de Oriente Medio que parecen amenazar la seguridad de Estados Unidos sufren la vigilancia de los drones y las bombas que pueden caer en cualquier momento.

Sin demasiado vuelo, la película no logra escaparle a los lugares comunes ni a los golpes bajos poco eficaces para representar una historia sobre los traumas post bélicos y las decisiones morales en tiempos de guerra, que falla a la hora de generar una visión novedosa o al menos interesante. Las buenas actuaciones levantan bastante el relato pero la elección de un guión demasiado moralista -que ni siquiera llega hasta las últimas consecuencias de sus propias proposiciones y juicios de valor- se pierde en los desiertos yuxtapuestos que se yerguen baldíos de una síntesis.