Máxima precisión

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Asesinatos a distancia.

A esta altura del partido resulta imposible negar que la extraordinaria Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008) marcó a fuego a gran parte de las películas bélicas posteriores, ya sea que consideremos la perspectiva elegida para analizar las invasiones imperialistas de nuestros días (hablamos de un relativismo ideológico que señala continuamente las múltiples paradojas del caso) o el tópico/ entonación principal (de a poco se fue dando un proceso en el que la heroicidad de antaño dio paso a un magma cinematográfico dominado por la monotonía del flujo laboral de unos soldados símil administrativos). Una y otra vez estas “guerras” ponen en primer plano la doble moral del burócrata que se sabe homicida.

Por suerte en Máxima Precisión (Good Kill, 2014), el realizador y guionista Andrew Niccol toma como base la obra de Kathryn Bigelow y nos devuelve aquella claridad discursiva de sus mejores opus, Gattaca (1997) y El Señor de la Guerra (Lord of War, 2005), ofreciendo otro retrato interesante de los recovecos más sucios de la sociedad actual. El neozelandés sigue obsesionado con un planteo formal basado en alegorías y restricciones autoimpuestas, las cuales en esta coyuntura vuelven a estar direccionadas hacia el análisis del militarismo estadounidense. Hoy es el Mayor Thomas Egan (Ethan Hawke), un piloto de drones, el encargado de asesinar a distancia y someterse a los tristes caprichos de las cúpulas de turno.

De hecho, el cineasta contrasta todo el tiempo la uniformidad y el enorme aburrimiento que sienten los responsables de controlar las naves, en sus tareas cotidianas de vigilancia o bombardeo, con los “sentimientos encontrados” en torno a la generosa cantidad de civiles que dejan tendidos en el suelo bajo el concepto de “daño colateral”. Niccol utiliza con perspicacia el andamiaje del drama de crisis existencial para escapar a cualquier imposición vinculada al thriller de acción clásico, alternando el centro de mando (en esencia containers localizados en las cercanías de Las Vegas) y la vida familiar de Egan (su alcoholismo, fatiga y temple autista conforman la contracara de una esposa cariñosa y un hogar modelo).

Aquí los dardos más ponzoñosos van dirigidos a la falta de escrúpulos de la CIA, la entidad que a comienzos de esta década pasó a suministrar los blancos y monopolizar las decisiones finales en materia de “ataques preventivos” en todo Medio Oriente y regiones varias de Asia y África, aun luego del impacto de los misiles: desde ya que los eufemismos esconden masacres cobardes durante la recolección de los cadáveres o el entierro de los mismos, sin el más mínimo apego a la ética o a la legislación internacional. Si bien el film a veces peca de ombliguista y amenaza con perderse en el limbo psicológico del protagonista, Niccol logra rescatarlo rápidamente y así edifica un alegato sutil en favor de la dignidad humana…