Mauro

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La ópera prima como director y guionista de Hernán Roselli se ubica en ese sector tan explorado hace pocos años en la filmografía argentina, el de la eterna juventud marginal. A fines de los ’90 el llamado Nuevo Cine Argentino nació como respuesta a un cine plástico que se venía realizando, a una realidad de un país que no daba respuesta y que había abandonado a su juventud dejándola sin vistas en el futuro.
Fue una primera camada de las nuevas Escuelas de cine que tenían que imponerse y mostrar su punto sobre lo que los rodeaba. Ahí se ubica Mauro, casi quince años después del nacimiento de ese movimiento que luego decantó en la madurez y profesionalidad de sus mejores exponentes. Mauro es un ya no tan joven de la Zona Sur del Conurbano bonaerense que vive inserto en un apacible caos permanente del cual no halla ninguna salida.
Sin trabajo, uno de sus amigos, con la novia embarazada, lo invita a trabajar en su imprenta casera, en la que falsifican dinero que luego deberán salir a gastar para quedarse con el vuelto de dinero real. En el medio, Mauro conoce a una chica con la que comienza una relación no del todo fácil. Mauro es cocainómano, sufre de insomnio, y su madre en vez de escucharlo le da sus pastillas para dormir.
Así es la vida de Mauro, esto es lo que nos muestra Roselli, un extracto de una vida en aparente ruina. Con pinceladas de comedia y pinceladas de drama, Mauro sufre de ser un film a destiempo. Su muestrario del Conurbano pareciera algo parcializado, más aún la mirada desesperanzadora frente a estas personas que tiene que recurrir a bajezas para sobrevivir, sin ser mostradas como “pobres", claramente es una clase media.
Mauro no tiene grandes hallazgos estéticos, su cámara es el planteo de la tercera persona invisible. Tampoco los hay en el plano narrativo en donde carece de un ritmo fluido y un peso dramático propio. Si alguno de sus momentos se sostiene es gracias a cierto carisma natural de algunos de sus intérpretes en su mayoría no profesionales.
No hablamos de un cine contemplativo, ni de silencios abstractos, no hay acá preciosismos de ningún tipo, por el contrario hay un ligero regodeo por las charlas sobre la nada, y las bajezas de una clase que no puede despegar. El NCA hace rato se fagocitó a sí mismo, la abulia que expresaban sus personajes era característica de su época.
Si cuando vemos un cine que nos hace acordar a esa declamatoria de los ’80 decimos que es un film que atrasa, fácilmente, con esta ópera prima no podríamos hablar de un producto de última vanguardia. En realidad todo lo contrario, es un referente de un cine que quedó atrás, por suerte.