Matar o morir

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

Una de tiros de la era Trump

Como en aquella gran escena ultraviolenta en la que una nena era fusilada por uno de los pandilleros cuasi zombies en Asalto al Precinto 13 (1976) y desataba el conflicto central, acá la hija de la protagonista también es asesinada cuando va a buscar un helado. De todos modos, no hay ahora ni un ápice del cine músculo de Carpenter. Sí hay una intención de reformular a otras dos películas de aquella década: una de ellas la cojonuda Coffy (1973), de Jack Hill; la otra, Death Wish (1974), de Michael Winner y el gran Charles Bronson, madre derechista de una fila de exploits que sigue siendo emulada hasta el día de hoy. La punisher de turno, arrebatada y abarrotada de coyuntura, es Jennifer Garner, por desgracia la vengadora (no tan) anónima le guiña más un ojo al “Me too” (el actual “Ni una menos norteamericano”) y al imaginario trumpista que a Pam Grier. Riley (Garner) se queda sin hija y sin marido, y, después de que los asesinos quedan libres (entran por una puerta y salen por la otra, dirán las focas), se exilia en Europa para aprender el fino arte de matar (quiénes mejores que los europeos para tales enseñanzas).

La protagonista, que cumple la premisa de mujer común reconvertida en máquina de matar, se la pasa liquidando a latinos tatuados que bien podrían ser parte de la pandilla de la mencionada Asalto al Precinto 13 porque son estereotipos vacíos puestos al servicio del guión; la diferencia con la película de Carpenter es que estos zombies no encajan con su relato mítico porque explicitan su universo y sus motivaciones. En sintonía con los prejuicios de la era Trump, los zombies del realizador francés Pierre Morel, director de la también pistolera pero mucho más copada Taken (2007), son latinos y narcos. De todos modos -y es una lástima- Matar o Morir no se asume como reaccionaria, no va a fondo con el mamarracho e intenta hacer una mezcla tibia entre su espíritu bronsoniano y su cáscara de buenas intenciones y cierta corrección contradictoria.

Riley, más allá de que se mueva por motivaciones individuales, con el devenir se erige en una suerte de “Gauchita Gil” del barrio pobre en el que se esconde (el Skid Row de Los Ángeles). También hay policías malos pero comprados, empleados, porque en estos cuentos subnormales el poder amenazante viene de abajo hacia arriba y no al revés. Y hay estilizaciones cliché porque Morel además de realizador trabajó antes como director de fotografía y sabe cómo hay que iluminar y componer un plano lindo y popular. La mejor escena de Matar o Morir es su único chiste: la justiciera está cagando a palos a uno de los pandilleros adentro de un auto pero no lo sabemos, porque los vidrios están empañados y por el movimiento del auto creemos que es una pareja cojiendo. Esa escena es la primera de la película y la última interesante, porque Matar o Morir ni mata ni muere, se esconde en un pasado que tuvo más cojones y desaparece del futuro a gran velocidad.