Matar a un muerto

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Año 1978: en la Argentina, la final de la Copa del Mundo acapara la atención de buena parte de la sociedad, mientras la represión del gobierno militar se despliega sin remordimientos ni oposición visible. En Paraguay, donde el poder está en manos de Alfredo Stroessner, dictador comprometido con el Plan Cóndor, dos hombres comunes se ganan la vida sepultando cadáveres en la clandestinidad. El trabajo es cruel y rutinario, pero se complica aún más con la aparición de un problema inesperado: la llegada del cuerpo de un argentino no identificado que no es tal: aún está vivo y esto los enfrenta al dilema moral de cómo resolverlo.

La emergencia del horror en un contexto cotidiano tan espeso y ominoso como el bosque en el que se desarrolla esta coproducción rodada en territorio paraguayo, que incluye en su elenco al actor argentino Jorge Román (conocido por sus papeles en El bonaerense, de Pablo Trapero, y la serie televisiva Monzón), es el gran tema de Matar a un muerto, una película seca, austera e inquietante cuya deriva dramática aplica perfectamente a la famosa, y no exenta de polémicas, conceptualización de la banalidad del mal con la que la filósofa alemana Hannah Arendt agitó la discusión en torno del nazismo en los años 60.