Matar a la bestia

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

Todo arranca con una llamada telefónica y un mensaje en un contestador. Emilia le anuncia a su hermano, quien vive en un pueblo en la frontera entre Brasil y Argentina que va a viajar a verlo para tratar de hablar y arreglar las cosas entre ellos. A Emilia la oímos en off y la veremos al poco tiempo. El hermano no contesta y no llegamos a verlo. Emilia, quien hace tiempo no tiene contacto con su hermano, por lo menos desde la muerte de la madre de ambos, llega a ese pueblo perdido en medio de la selva y, por más que lo intenta, no puede contactarse con él. No sabe bien donde vive y los mensajes se acumulan. Se aloja en la casa/hostel de su tía quien la recibe de mala gana, un personaje que tiene problemas serios con los vecinos que la hacen calzarse con frecuencia una escopeta y salir a amenazarlos con un par de tiros de advertencia. A los pocos días llega una joven a alojarse en la casa y Emilia se siente atraída y fascinada por ella. El pueblo está convulsionado por la presunta presencia en la selva de una bestia feroz que podría ser la encarnación de un hombre devenido espíritu maligno a su vez devenido animal poseído y que ya se cobró un par de víctimas entre la población femenina. Todas estas líneas podrían estar relacionadas o no

En su primer largometraje, Agustina San Martin propone un film de climas enrarecidos y atmósferas inquietantes, como de ensueño. Podría verse como un film de terror aunque casi nunca se manifieste el elemento sobrenatural que todo el tiempo se invoca. Un terror que se presiente más por la sensación de realidad alterada y por la presencia no explícita pero palpable de lo siniestro. Remite en ese sentido a la sugestión y el misterio de films como Valley of Shadows (2017) de Jonas Matzow Gulbrandsen o Evolution (2015) de Lucile Hadzihalilovic. A su vez, los habitantes del pueblo que salen a cazar a la bestia guiados por unos pastores evangélicos tienen algo de las turbas matamonstruos de Frankenstein (1931) o cualquier grupo de pueblerinos linchadores de los estudios Hammer o Universal.

Este clima enrarecido también incluye una carga de erotismo, de irrupción del deseo y también inquietud ante el mismo. Agustina, una adolescente de ciudad, extraña en tierra extraña, siente esa urgencia que la recorre sobre todo ante la presencia de la nueva huésped del hotel. La bestia está ahí afuera pero también adentro, en las pulsiones que buscan liberarse.

San Martín plantea una puesta en escena muy elaborada, con estudiados encuadres, un trabajo cuidadoso sobre las capas de sonido y una fotografía que va en consonancia con esa idea de ajenidad a la realidad cotidiana. No todas las subtramas que se plantean se resuelven necesariamente, lo cual apelaría también a cierta lógica onírica, y el ritmo aletargado refuerza la sensación de lugar fuera del tiempo. Lugar que está en una zona de frontera, que es también el borde entre realidad y fantasía o la un híbrido de realidad extrañada. Matar a la bestia, en parte por su locación, podría hacer pensar en un realismo mágico, pero su propuesta es más la de un gótico tropical, un cuento de hadas oscuro y sin moraleja.

MATAR A LA BESTIA
To Kill The Beast. Argentina/Brasil/Chile, 2021.
Guion y dirección: Agustina San Martín. Intérpretes: Tamara Rocca, Ana Brun, Julieth Micolta, Joâo Miguel y Sabrina Grinchspun. Fotografía: Constanza Sandoval. Edición: Ana Godoy, Juan Godoy, Agustina San Martín y Hernán Fernández. Sonido: Mercedes Gaviria Jaramillo. Música: O Grivo. Duración: 79 minutos.

Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 23 edición del Bafici.