Matar a Jesus

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La balada de la fotógrafa y el sicario

El segundo largometraje de la realizadora colombiana Laura Mora Ortega, conocida por la popular serie Pablo Escobar: El Patrón del Mal (2012), es un film descarnado sobre las consecuencias de la violencia extendida que se registra en la ciudad de Bogotá como producto del desinterés de la clase política en el bienestar de la población.

Paula (Natasha Jaramillo) es una joven alegre, estudiante de fotografía e hija de un profesor universitario que es asesinado delante de ella en la puerta de su casa por un sicario. Traumatizada por el acontecimiento y desconsolada por la pérdida del padre, la muchacha se cruza fortuitamente en un boliche nocturno con el asesino, cuya cara recuerda vívidamente y reconoce de inmediato. Ante la sorpresa y el desconcierto, las miradas se cruzan y comienza una extraña y forzada relación con él con la intención de matarlo para vengar el homicidio de su padre.

Matar a Jesús (2017) narra desde la angustia de la protagonista la realidad de Colombia, donde cualquiera puede caer abatido producto de las paupérrimas condiciones sociales, la marginalidad y la pobreza endémica en la que los empresarios y políticos colombianos han sumido a la nación sudamericana. Paula busca desesperadamente conseguir un arma para perpetrar su venganza pero sus intentos son improvisados, con un total desconocimiento de los peligros a los que se expone pero con una determinación que la llevará a enfrentar cara a cara las contradicciones que aquejan a su país. La realizadora utiliza el recurso del choque cultural entre la chica de clase media alta y el joven marginal para descubrir la latitud entre la cercanía y la lejanía que define las relaciones y las distancias posibles entre ambos actores sociales y sus diferencias de clase, pero también sus similitudes y los puntos de contacto que los unen.

Natasha Jaramillo y Giovanny Rodríguez logran construir una relación que oscila entre la tensión y la intensidad, absolutamente destinada a la tragedia pero cautivante, interpretando a dos personajes disímiles que se descubren mutuamente. La aventura de ambos jóvenes está musicalizada por el compositor argentino Sebastián Escofet, responsable de la banda sonora de films como El Clan (2015), Ardor (2014) y El Último Elvis (2012), con un temple que representa estas características de calidez y confrontación, cuestiones que recorren como un fantasma la ciudad de Bogotá,

El guión en colaboración entre Ortega y Alonso Torres se apoya en estas diferencias sociales para realizar una radiografía de Colombia, sus problemas sociales y lo que la muerte deja a las víctimas y victimarios entre crimen y crimen. El opus también cuestiona categóricamente esta dicotomía construida a partir del dolor como respuesta a la pérdida y los actos de violencia a través de un emotivo examen de las motivaciones de los personajes, sus expectativas y sus vidas, o lo que la violencia ha dejado de ellas. La obsesión de Paula por enfrentar al asesino funciona así como una metáfora de la necesidad de toda la ciudanía de confrontación con un estado de violencia para entenderlo y abordarlo desde la comprensión de sus causas y consecuencias.