Matadero

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Es claro el interés de Santiago Fillol en El matadero, el texto de Esteban Echeverría, piedra angular de la literatura argentina en tiempos de disputa entre unitarios y federales. Su idea consiste en utilizarlo como ficción dentro de la ficción: es el material literario que adapta el director estadounidense Jared Reed (Julio Perillán) en una película filmada en 1974 en la Argentina, por entonces atravesada por una nueva disputa política. Y ese pretendido fresco sobre la violencia política nacional culmina en el presente, con el estreno de esa última obra maldita de Reed, inédita por su sangriento rodaje, que dejó tantas víctimas como silencios cómplices.

El gesto está muy bien, pero la película de Fillol no consigue convertir su ideario en un drama real, con personajes creíbles y una historia convincente. Su narradora es Vicenta (Malena Villa), la asistente de dirección de Reed, una argentina embelesada con la poética resistente de su maestro, quien se aventura a ese rodaje ajeno, poniendo sus ilusiones y también la estancia de su familia como locación. A partir de allí, un grupo de actores militantes serán los aristócratas de Echeverría; los trabajadores de un frigorífico, los peones de ese campo en pugna. Lo que se desprende de la evocación de Vicenta es el intento de resolver el enigma de su participación en aquella gesta que terminó en sangre y fracaso.

En ningún momento el universo de Matadero se convierte en la materia real de sus intenciones, sino que sus personajes –construidos con actuaciones muy dispares- asoman como marionetas declamatorias de consignas y reflexiones ajenas. La falta de nervio de la puesta y la anomia del relato no contribuyen a una discusión que se pretende encendida desde su premisa pero que desemboca en la cansina pendiente de su imposible resolución.