Masterplan

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Momentos logrados y también limitaciones

Los hermanos Diego y Pablo Levy se habían lucido con un agradable documental sobre los viejos empleados de la sedería de su padre, «Novias, madrinas, 15 años», sensible registro del arte de la vida y la venta en un barrio porteño. Ahora desarrollan una pequeña comedia de criterioso presupuesto y bajo tono, con buenos momentos, captación de caracteres también porteños y atendible historia, protagonizada por Allan Sabbagh, el «Marito» de la telecomedia «Graduados». Por supuesto, lo de ellos es anterior y distinto, pero un poquito de cartel no les viene mal.

Igual tienen bastante respaldo: los acompañan la productora BD Cine de Burman y Dubcovsky, Moviecity, la distribuidora Disney, también la crítica snob que les ve sintonia con «la nueva comedia americana» y las viejas comedias secas de Martín Rejtman. Con éste hay asimismo un curioso punto en común: tanto en «Los guantes mágicos» como en «Masterplan» el personaje protagónico se mete en un negocio raro a instancias de un chanta, y está más pegado al auto que a su mujer. Y en ambos casos el auto es un modelo argentino venerado y perdido. Aquel, un Renault 12 convertido en remise. Este, un Siam Di Tella verdiblanco precioso, joya, nunca taxi, convertido en hogar de un «sin techo» medio delirante.

De cómo puede ocurrir semejante cosa, nos enteramos bastante rápido. De cómo el dueño y el ocupante se hacen amigos, ya para eso hay que meterse en la película, y en la mente del dueño, un gordo malhumorado, vago (trabaja en una «agencia de contenidos»), sucio y encima paranoico, que aun así nos resulta medio gracioso. Y lastimoso, aunque la pena y solidaridad vayan mejor para el lado de la novia, una criatura «no tan tonta como parece», deliciosamente encarnada por la debutante Paula Grinszpan.

El tercero en discordia, además del auto, se llama Andrés Calabria, que era el «no vendedor» de aquel documental, y acá es el «no actor» que hace su show cómico aparte. Tan aparte que a veces no va en el mismo tono ni estilo del resto del elenco, pero esto no es defecto suyo. Tampoco es el único defecto de la película, que tiene sus vaivenes y limitaciones. Por suerte también tiene dos momentos antológicos: una cena con los suegros en un restaurant chino, y el baile de Calabria en los créditos finales.