Masterplan

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Una buena parte del encanto de Masterplan está ligado a sus personajes coloridos y correctamente interpretados, seres tan artífices del humor que suaviza sus vidas como víctimas del drama silencioso que las define. La película de los hermanos Levy tiene la fuerza de ser una comedia con una premisa sencilla pero original y, por sobre todo, con personajes que trascienden tanto la importancia de las acciones que llevan a cabo como los límites del género al que se inscriben. Ocasionalmente, sin embargo, aparecen ciertos elementos que la vuelven levemente forzada, acaso menos encantadora que la individualidad de sus protagonistas. Así se manifiesta, por ejemplo, en la escena en la que un personaje llama por teléfono desde Miami: para dar cuenta de que verdaderamente se encuentra allí, el plano toma una calle con una disposición prolija y ordenada de un letrero en inglés, una palmera y un edificio moderno. El personaje en la escena encuentra en el medio de la esquina y, como no podría ser de otro modo, viste una camiseta colorinche. En otro nivel, la cuota considerable de humor –con más tintes de machismo que de gracia– toma como punto a la novia del protagonista y se asegura las risas generosas sin demasiado esfuerzo, y esto mismo ocurre con el hombre de la calle que roba el auto, quien fácil y progresivamente se adueña también de toda comicidad. Masterplan es una comedia aspectos valiosos, cuya mayor virtud consiste en tomar lo trágico de sus personajes y convertirlo en humor; un humor que, finalmente, no llega mucho más allá del aprovechamiento de los rasgos destacados que cada protagonista ofrece.