Masterplan

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Esos golpes maestros que terminan mal

Al borde de la incorrección política, la historia que protagoniza Alan Sabbagh se apoya en la naturalidad con que el porteño medio puede asumir una estafa: allí se inicia una espiral descendente para un hombre que ya no sabe cómo salir de su laberinto.

El debut de los hermanos Diego y Pablo Levy como directores de ficción con Masterplan fue una de las gratificaciones inesperadas que tuvo la Competencia Argentina del último Bafici. No porque se tratara de la mejor película de esa selección, sino por el tono narrativo de esta comedia costumbrista, tan alejado del prejuicio popular que suele acusar al Festival de Buenos Aires de elitista o snob. Nada de eso hay en Masterplan y el mérito es doble, porque sus directores y además guionistas (tarea esta última que compartieron con Marcelo Panozzo, quien curiosamente es el flamante director de ese festival en reemplazo de Sergio Wolf) asumen el riesgo de contar una historia que coquetea a conciencia con lo políticamente incorrecto y consiguen superar el desafío con envidiable dignidad.

Masterplan es un tipo de comedia con historia en el cine nacional, un relato construido sobre un humor autocrítico en el que se ponen en juego algunos estereotipos de la “argentinidad”, del ser argentino. Su gracia es entonces la de los espejos deformantes, en donde quien se para delante puede reírse de la imagen distorsionada del reflejo, pero sin olvidar que ese también es uno. Mariano es un muchacho a punto de casarse, que por comodidad decide ser parte de un plan que no puede fallar. Inseguro e influenciable, él se deja convencer por su cuñado de simular el más sencillo de los autorrobos. Uno saldrá de compras por media Buenos Aires usando la tarjeta del otro y una vez que hayan acumulado la suficiente cantidad de ropa, muebles y electrodomésticos, Mariano irá a denunciar el robo de la tarjeta. Luego el seguro se hará cargo de pagar esas compras y listo. La naturalidad con que ambos personajes asumen que transgredir la ley no siempre es tan terrible y que se deben aprovechar los pequeños errores que el sistema ofrece son ideas que se encuentran en el centro del estereotipo de la clase media argentina (sobre todo porteña). Una mirada crítica que remite a la idea de que si la parte perjudicada es una empresa o institución, no sólo no se le hace mal a nadie, sino que hasta se juega algo de justicia poética en ello. Pero cuando algo del plan finalmente falla, esa fantasía se desvanece en la contundencia de lo real: una estafa siempre es un delito.

Desesperado por el imprevisto fracaso, Mariano no podrá sino seguir con el plan hasta el final, pero el miedo lo empujará a la torpeza. Para denunciar la tarjeta no tiene mejor idea que fingir que le robaron el auto con todo adentro. Para ello abandona el vehículo (un Siam Di Tella impecable) al costado de una vía de tren, dando comienzo a una cadena de mentiras que lo van encerrando en un laberinto donde no le queda nadie en quien confiar. Mientras tanto, su auto será ocupado por un hombre que vive en la calle, con el que Mariano comenzará a abonar una relación. Uno de los aciertos de Masterplan es que, a pesar de lo tentador de “reírse de” este linyera, el relato nunca pierde de vista a su víctima no tan víctima, Mariano, al que seguirá en su espiral descendente, en el que deberá enfrentar a un inspector de seguros desconfiado, a un perito policial intolerante y, sobre todo, la burla y la presión de su propio círculo social.

Un poco al modo de Juan que reía (Carlos Galettini, 1976), con la que mantiene varios puntos de contacto, en su película los Levy crean un antihéroe al que colocan en una situación de crisis, y la gracia está en el modo en que éste irá atravesando los diferentes infortunios a los que se enfrenta. Pero entre ambos títulos existe un cambio importante. Mientras al personaje de Brandoni lo empujaba a actuar su circunstancia, el de Alan Sabbagh es víctima de la propia mala educación, un camino que marca las dispares realidades que retratan uno y otro relato. Entre el robo del Citroën de la película de Galettini al comienzo de la dictadura y el falso robo del Siam de Masterplan hay 35 años de historia que justifican ese cambio. No por nada el trabajo de los Levy juega con una sensación de inseguridad de la que el protagonista busca sacar ventaja. A diferencia de otro tipo de cine nacional, de pretensión más seria, en donde la mirada de clase se usa para construir a “el otro” muchas veces desde el prejuicio, los Levy sostienen una mirada clase media de la clase media, con la certeza de que el humor (el buen humor) es muchas veces la mejor manera de decir lo que más cuesta escuchar.