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Crítica de Fernando López - La Nación

Una comedia sensible y bien porteña

No es una sorpresa porque la fluidez narrativa, la frescura y el humor de cuño porteño ya estaban en el documental Novias-madrinas-15 años, la ópera prima de los Levy que por algo (quizá por hablar con sinceridad y mirada afectuosa de personajes y situaciones bien reconocibles y en un lenguaje ídem) se llevó el premio del público en el Bafici 2011. La novedad es que esta vez esos rasgos aparecen en una obra que es pura ficción y transmiten la misma verdad. Una comedia sencilla, graciosa y sensible, cuyo humor abreva en la atenta observación de la vida cotidiana, con su porción de pequeños absurdos y pequeños delirios, pero con amabilidad, sin sombra de intención crítica ni velada ironía. Obra de un guión que -raro logro- obtiene naturalidad a fuerza de elaboración y de un trabajo de casting de cuya inteligencia da muestra concluyente la elección de Alan Sabbagh como protagonista. El joven actor (Marito en la ficción de la popular Graduados) es el antihéroe que no necesita hacerse el simpático para ganarse la adhesión inmediata del espectador. Tiene el don de la gracia y su tierno bajo perfil resulta decisivo para imponer el tono a la historia de Mariano, el muchacho a punto de casarse que acepta aplicar uno de esos planes maestros para burlar al sistema y "salvarse" tan frecuentes entre nosotros. A instancias de su cuñado y con su ayuda, se propone comprar todo lo necesario (y lo superfluo) para el futuro hogar, pagar con tarjeta de crédito y después reportarla como robada. Un plan infalible que, como sucede tantas veces, falla, y que le hará sudar la gota gorda (aun literalmente) cuando un investigador del banco lo lleve a tapar la primera mentira con otra más comprometedora todavía (la falsa denuncia del robo de su Di Tella de colección, que ha dejado abandonado en un suburbio) y derive en serios problemas consigo mismo (la culpa y la paranoia lo cercan), con su novia y sus suegros, y en el encuentro con el pintoresco homeless-okupa que ha tomado el vehículo como refugio y con el que entabla una extraña y conmovedora relación.

La historia es sencilla y quizá no demasiado original, pero da gusto asistir a su desarrollo porque no abundan en nuestro cine comedias con el ritmo, el tono y los diálogos disparados con tan preciso timing como aquí. Porque hay muchos aciertos en la concepción (y la interpretación) de los personajes secundarios, desde el impagable linyera-bailarín de Andrés Calabria (ya consagrado en el documental del que participaba por ser empleado de la sedería), hasta el responsable del garaje policial de Portaluppi y la novia paciente pero no tanto de Paula Grinszpan o el tenaz inspector de Campi. Lo porteño se manifiesta no en pinceladas costumbristas o pintoresquismos sino en la forma de ser y de entender el mundo de los personajes. Un mérito más de esta fecunda sociedad creativa..