Más respeto que soy tu madre

Crítica de Guillermo Courau - La Nación

En el cine -tal vez por su tendencia a las sagas o por ser en muchos casos una instancia posterior al soporte original de la obra-, alcanza un título para que se produzca una suerte de “memoria emotiva” que tiende al preconcepto de lo que se va a ver. En el caso de Más respeto que soy tu madre, la tarea se complejiza porque ¿de qué se va a hablar en la película? ¿Del blog que alimentó Hernán Casciari luego de la crisis de 2001, de la novela que surgió después como compendio de aquello, de la exitosa obra de teatro protagonizada por Antonio Gasalla, o de cualquier otra cosa?

La respuesta podría ser de todo y nada al mismo tiempo. Porque el guion de la película protagonizada por Florencia Peña y Diego Peretti -firmado por el mismo Casciari junto a Christian Basilis- recoge situaciones, momentos y personajes de la historia original, les baja un poco el tono mordaz y los licua en función de un cuento al uso y costumbre de un posible espectador que llegue a la sala motivado por el título.

La acción comienza a fines de 1999 con Mirta Bertotti (Florencia Peña), una mujer de carácter, ama de casa y líder autoconvocada de su disfuncional familia. Con estoicismo y la virtud de sacar agua de las piedras, Mirta va de acá para allá lidiando con su marido Zacarías (Guillermo Arengo), sus tres hijos (Agustín Battioni, Bruno Giganti y Ángela Torres) y especialmente por su suegro Don Américo (Diego Peretti). A la suma de estas individualidades se agrega que Américo, un hippie de honestidad brutal y pasión por la marihuana, quiere honrar el deseo de su padre: que la pizzería familiar, hoy venida abajo, reverdezca en el comienzo del nuevo siglo. Este será el eje del conflicto, aunque profusamente ornamentado por apuntes y momentos extractados del original de Casciari.

Y ahí es donde empiezan los problemas, porque no hace falta haber leído el texto original para darse cuenta que algo no encaja (y si se leyó, es todavía más obvio). Los recortes argumentales se conectan unos con otros sin demasiada cohesión. Personajes como la novia de Caito (Loren Acuña), los vecinos “nuevos ricos” o “el novio de la nena” pasan de largo, sin llegar nunca a tener la suficiente entidad para quedar en la memoria. Algo parecido, aunque en menor medida, sucede con algunos principales, que tampoco terminan de delinearse más allá del trazo grueso que requiere la narración en momentos puntuales. La excepción probablemente sea la de Guillermo Arengo, actor diestro en eso de exprimir el material y darle siempre una vuelta de tuerca más.

De esta manera, el elenco se vuelve funcional al devenir de Peña y Peretti, quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de que la maquinaria funcione, aunque lográndolo a medias. Peña ha perfeccionado de tal manera su personaje público, que por momentos cuesta detectar cuándo es Mirta y cuándo es Florencia: los tonos, la apostura, incluso algunas frases, son prácticamente iguales. Lo de Peretti hablando en italiano es simpático, pero pierde credibilidad en el exceso de maquillaje utilizado para multiplicarle la edad; por qué no convocar a un actor más cercano generacionalmente al personaje es una duda que sobrevuela cada una de sus apariciones.

Voces entusiastas la comparan con Esperando la carroza, y puede ser si uno las entiende como dos exponentes del subgénero del grotesco. Pero la falta de fuerza en su propuesta deja a Más respeto que soy tu madre muy lejos de dicha meta. Algunas ideas y unos pocos momentos logrados no alcanzan en la suma final para continuar la huella dejada por su ilustre predecesora.