Más notas perfectas

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

Peras al olmo

Más Notas Perfectas (Pitch Perfect 2) arranca bien y uno se entusiasma. Las Bellas se presentan en una muestra y, en el final del número, a Fat Amy (Rebel Wilson) se le abre la calza, revelando así su cheicon al mundo entero, presidente Obama incluido. Gran inicio, con uno de los mejores personajes de la película como centro. La película promete y uno se pregunta, ¿estará a la altura de la primera? La respuesta es contundente y la averiguamos a los pocos minutos: NO. Veamos por qué.

Concentrémonos en Fat Amy (uno de los pocos personajes que tiene reservado algo de humor en esta nueva entrega) como caso modelo del fracaso de PP2, una película que se encarga de matar lo interesante de sus personajes de a poco, uno por uno: con Fat Amy hablamos de un personaje que juega con el hecho de ser gorda, se caga de risa de la grasa y de los rollos, y su comicidad está ahí, en sus gestos, en su forma de hablar (el exagerado acento australiano) y en su condición de comehombres. Ahí donde Melissa McCarthy (su coetánea apostresada) asume un rol más masculino y casi lesbianizado, Fat Amy es femenina, sexuada y consciente del poder de su cuerpo, sea para generar humor o para seducir al sexo opuesto.

En la primera, Fat Amy se volteaba a cuanto choma se le cruzaba y era feliz así. En esta segunda entrega (centrada en una subtrama de crecimiento y pasaje de un grupo de chicas de la adolescencia a la juventud y del college a la universidad, y con nuevas preocupaciones y nuevos mensajes más conservadores: cuando uno crece, sienta cabeza, se enamora, tiene una pareja estable, consigue un trabajo), Fat Amy se da cuenta de que está enamorada de Bumper –Adam DeVine– (después de haberle dicho que ella es un pony libre sin riendas, súbitamente se da cuenta de que en realidad lo quiere).

A la mierda con lo anárquico de la comedia y de ese personaje en particular. La subtrama conservadora y aburrida irrumpe, llevándose todo puesto. Incluso a Fat Amy, acaso el personaje más libre y libertino. No hay más riesgo ni nada que salga de la zona de confort, de la película, del público en general.

Y así como censura y convencionaliza el humor de su personaje-rompeportón, PP2 se siente así, normalizada, estandarizada, encajada en un molde que aburre porque hace de la ruptura una convención esperable, un nuevo molde.

Detengámonos en otro personaje, el de Anna Kendrick: por un lado, es la chica inteligente, sensible, copada, linda, talentosa, querible, que siempre logra lo que se propone. Pero la sensación es que en PP1 (acá estrenada como Ritmo Perfecto) ya habíamos visto todas esas cualidades y en PP2 no hay nada nuevo por descubrir, ni de ella misma ni de su relación con Jesse (Skylar Astin). Ni siquiera las líneas de comicidad que le tocan son interesantes, como la fascinación/odio que tiene con la cantante de Das Sound Machine –sus archienemigos, los imbatibles rivales alemanes–, y esos chistes se sienten tan forzados y mecánicos que terminan rayanos en la ridiculez. Si el humor es peligro, anarquía y ruptura, aquí cualquiera de esas cualidades se desvaneció. Y con ellas el carisma de AK.

Los mismo pasa con varios de los personajes secundarios: la latina, la china, la negra lesbiana, sometidas a un humor repetitivo, que gira en torno a un mismo concepto, donde el personaje que los dice no tiene la más mínima gracia o genera empatía con el público; aquí no hay anarquía que valga.

Lo que sigue es una declaración de principios: en mi diccionario personal, el humor es descontrol, es incorrección política, es desviarse de todos los lugares y tópicos comunes o acercarse pero para subvertirlos, es gestualidad física, construcción de personajes y situaciones, no solo repetición de one liners y chistes berretas.

Si el humor es peligro, anarquía y ruptura, en Más Notas Perfectas cualquiera de esas cualidades se desvaneció.
PP2 se siente torpe, sin desarrollo de personajes, más preocupada por el punchline que por crear comicidad a partir de situaciones, repetitiva, poco interesante. Más preocupada por el efecto cómico que por la comedia. Por eso es dispersa y pierde unidad.

Las mejores escenas, junto con las pocas de Fat Amy que funcionan, las tienen Gail (Elizabeth Banks, ahora también directora de la película) y John (John Michael Higgins), en el rol de los presentadores políticamente incorrectos. Como pasaba en la primera, hay más humor ahí que en el resto de la película, porque en esas interacciones y en esos personajes hay juego, hay incorrección política (“esto pasa cuando dejamos que las mujeres vayan a la universidad”, dice John en un momento), hay jugueteo entre ellos, hay construcción de personajes (dos perdedores que odian lo que hacen y defenestran a todo el mundo pero que son capaces de emocionarse con una canción original), hay comicidad en cómo se dice y en lo que se dice.

Por lo visto, y teniendo en cuenta que Más Notas Perfectas ya llevó al cine más espectadores que la primera, la vara de la comicidad está cada vez más baja y se aceptan como humorísticos productos paupérrimos o estandarizados. O, tal vez, pedirle subversión y anarquía a cierto humor hoy es pedirle peras al olmo podrido. Para eso, siempre podemos volver a revisar las de John Waters y sentirnos, una vez más, en el paraíso orgiástico más hermoso jamás creado.