Más allá de la vida

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

La vida y nada de lo que viene después.

Gran desafío para Clint Eastwood: filmar una película sobre lo que viene después de la vida. La sola idea de la vida después de la muerte (afterlife, o hereafter, en inglés) ya es bastante compleja y abstracta. Muchos cineastas incursionaron en esas caudalosas y peligrosas aguas y terminaron naufragando. Basta recordar The Lovely Bones (Desde mi cielo, de Peter Jackson) para ver qué tan mal puede salir todo. A decir verdad, Clint Eastwood evita bastante bien todos los problemas que pueda llegar a tener con ese concepto, pero las complicaciones en la película son otras.
Esta historia coral entrelaza tres vidas afectadas por la muerte (como dice un personaje: "una vida que gira alrededor de la muerte no es una vida"): la de un médium (Matt Damon), la de una periodista que sobrevivió al tsunami de Indonesia (Cécile De France) y la de un chiquito que perdió a su hermano gemelo en un accidente (Frankie McLaren en ambos roles). A partir de esos fragmentos, Eastwood construye una historia superior. No sobre la vida después de la muerte, sino sobre la necesidad de creer en la vida después de la muerte. Cada uno de estos personajes está realmente afectado pero ninguno está fuera de sus cabales. La composición del personaje de Matt Damon así lo sugiere: un verdadero médium no estaría celebrando su poder, ni lucrando con él, sino sufriendo sus consecuencias. Es como si el nene de Sexto sentido creciera superando el trauma de ver a la gente muerta. O bueno, algo así.
Una de las secuencias claves para entender a ese personaje, y quizás la mejor secuencia romántica de toda la película, se empieza a desarrollar cuando George (el que habla con los muertos) intenta tener una vida normal. Atiende a un curso de comida italiana, donde conoce a Melanie (la bella Bryce Dallas-Howard, re-afirmando que Shyamalan no sabía filmarla) una tímida, bonita, y algo torpe compañera de curso.
La situación sentimental de la periodista francesa no parece ir mucho mejor. Cuando el tsunami (literalemente) la golpee, su vida cambiará. En ese momento estaba de vacaciones con su marido y productor. Él le aconsejará tomarse un tiempo para relajarse y escribir un libro. Ella empezará a indagar sobre la vida después de la muerte, ya que la experiencia la dejó con destellos de lo que podría ser el más allá (en una pequeña -pero feísima- escena donde ve a los supuestos fantasmas de la catástrofe). El tsunami es casi tan artificial como la breve visión. En los planos abiertos es cuando peor se ve. En los cerrados, Eastwood maneja mejor las cosas, distrayendo la atención en autos y demás peligros que arrastra el mar. Increíblemente ganó una nominación al Oscar por efectos visuales (a los académicos parece que les gustan las olas CGI como esta y la de Poseidón de Wolfgang Petersen).
Como sea, salvo por esa introducción, estamos hablando de una película menor del director sutil y poderoso de Los imperdonables y Cartas desde Iwo Jima. Si bien la grandilocuencia se acaba luego de los primeros 10 minutos, lo que sigue es muy irregular. El guionista es Peter Morgan, uno de los mejores guionistas actuales. Entre sus trabajos se encuentran La reina, Frost/Nixon y El último rey de Escocia. Está claro que es él quien, inteligentemente, adhiere todo un contenido socio-político (el mundo está en caos: el tsunami, los atentados en Londres) y Eastwood se refugia en el minimalismo lacrimógeno de la música y la fotografía con colores apagados.
En sí, Más allá de la vida no es un desastre, pero tampoco una obra brillante (o por lo menos, algo más entretenida como Invictus). Es prueba de algunos de los peores vicios de Clint (los golpes bajos como en El sustituto) pero también es un testamento de la habilidad narrativa del director. Con 80 años, sigue fiel a su estilo de cine. Para algunos, lleno de golpes bajos y sensiblero. Para otros, emocionante e inteligente. Para mí, esta película es mezcla de ambos.