Martin Blaszko III

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Los ojos de Blaszko

El retrato de Martin Blaszko como artista y como mirada al mundo se configura, en este tercer y último segmento del documental de Ignacio Masllorens, sobre la base de un espacio abierto y móvil; una especie de convergencia en tiempo y espacio de lo artístico, de los objetos y las personas. Si la primera y la segunda parte fijaban pensamientos y creencias permanentes, por un lado, y por otro las fotografías de los rostros y hechos del pasado, Martin Blaszko III es, entonces, una actualización, una puesta en movimiento de esos pensamientos e historias particulares.

El registro de los preparativos para la muestra que Blaszko hizo en el Malba en 2010 ofrece el marco de caos y convergencia perfecto. La gente que lo acompaña y lo ayuda, las obras de la muestra, los curadores e incluso las distintas concepciones estéticas se unen y se chocan constantemente en un mismo plano. Pero en esas largas secuencias en su taller o en el museo, y lejos de perderse entre sus esculturas altas y coloridas y el andar rápido de sus ayudantes, la figura de Blaszko se expande. El escultor argentino nacido en Alemania, que es también un gran comediante, se pasea por los planos y no queda más que seguirlo: el vínculo reflexivo y a la vez alegre con sus obras y con la gente se vuelve un imán que, asimismo y desde dentro del cuadro, se propone como manera de observar.

De hecho, y a lo largo de todas las partes del documental, la mirada siempre fue desde los ojos de Blaszko. En lugar de inmiscuirse entre sus obras y espacios privados y someterlos a una cierta perspectiva, Masllorens siempre se detuvo allí donde el artista señalara, no para dejar su figura de lado sino como un modo de aventurarse a descubrir con él las formas, el humor, la estética en lo cotidiano. Al revés que sus esculturas, rígidas y prolijamente cerradas, Blaszko es una figura abierta y flexible que constantemente actualiza el pensamiento, que pide críticas y opiniones de sus obras y que tiene una relación fresca y activa con su entorno. Y así es, también, la forma de la película: un mirar que no encierra ni fuerza emociones ni pensamientos, y que en cambio confía en lo arbitrario y en el valor por sí mismo de cada instante en el tiempo.

Martín Blaszko III es, en suma, un punto de vista abierto y relacional que consigue la reflexión acerca de lo que es ser un artista; del trabajo intenso y de la relación con las obras, del rol de los museos y los curadores y los ayudantes. Pero por sobre todo, la película es una entrada alegre y profundamente lúcida al arte, que no sólo está en una escultura o un cuadro sino también en la mirada y en un cierto modo de acomodar y recorrer espacios. A través del artista, Masllorens consigue un film repleto de curiosidad y vigor que se distingue por una relación con aquello que filma a la vez afianzada y flexible. Un poco como Blaszko, que pide entre sonrisas que le señalen la peor de sus esculturas.