Marley

Crítica de Fernando López - La Nación

El ser humano detrás del ícono

Imperdible para los admiradores del inolvidable Bob Marley, pródigo en su acumulación de datos biográficos y en la recopilación de testimonios recogidos entre quienes estuvieron cerca del que fue la primera superestrella mundial proveniente del tercer mundo, y bastante próximo a la hagiografía, este extenso documental de Kevin Macdonald (144 minutos) constituye un homenaje sin demasiadas sorpresas, pero respetuoso y vibrante. El realizador ha puesto su atención en que no falte en el film ninguno de los principales acontecimientos de la vida de este artista comprometido y ha puesto especial énfasis en su condición de mestizo (hijo de un blanco inglés y de una adolescente jamaiquina), a lo que atribuye el principal conflicto que padeció Marley durante su corta y complicada vida: no se sentía ni blanco ni negro. (Y hasta la propia Rita Marley subraya que el cáncer que llevó a su esposo a la muerte a los 36 años es una enfermedad de blancos.)

Con la misma idea de hurgar en los orígenes, el film se inicia en Ghana, desde donde multitudes de esclavos fueron enviados a Jamaica, y dedica un par de apuntes (y una fotografía) al padre, un blanco inglés del que Robert Nesta Marley heredó apenas el apellido.

Y conviene a esta altura detenerse un poco en la génesis de este trabajo, que tuvo como productores ejecutivos a Ziggy Marley, su hijo más famoso, y Chris Blackwell, el fundador de Island Records, lo que es casi como decir a dos de los principales y férreos custodios de la memoria de Bob. Antes de Macdonald, el proyecto estuvo en manos de Martin Scorsese, que por cuestiones de agenda lo transfirió a Jonathan Demme; éste lo abandonaría poco después por desinteligencias con la producción. Quizá, se dice, porque para el círculo de celosos custodios la imagen de Marley no había sido suficientemente santificada.

Macdonald obtuvo, de todos modos, otras ventajas: más tiempo para completar el film, la posibilidad de reunir testimonios de sesenta personas en todo el mundo y el acceso al archivo familiar, material riquísimo del que hizo provechoso empleo. Entre las entrevistas las hay tan interesantes como las de Jimmy Cliff y de Rita Marley, primera esposa, madre de tres de sus once hijos y en buena parte de su vida "ángel de la guarda": de Neville Livingstone, que explica cómo el ska devino en reggae; de otros músicos o empresarios que lo acompañaron, y algunas rarezas como Pascaline Bongo, hija del presidente de Gabón, que logró su primera actuación en África. Y, por supuesto, los momentos decisivos de su carrera desde el descubrimiento de la música hasta la formación de los Wailers; su adhesión apasionada al movimiento rastafari; sus diferencias con Peter Tosh y con Bunny Wailer (integrantes del trío original); la exploración en su música de la interracialidad, la identidad y la ideología, hasta su crecimiento como figura influyente en la cultura popular que cantaba contra la discriminación y a favor de la tolerancia; su compromiso con la causa de la paz; el atentado que sufrió; su intervención cuando intentó apaciguar la guerra civil que diezmaba al país, y el viaje a Inglaterra, que fue el primer paso antes de conquistar Europa, África y los Estados Unidos. Y un largo epílogo, cuando la enfermedad lo condujo a morir en Miami, en 1981.

Con semejante cúmulo de información, que necesariamente conduce a la simplificación de los aspectos más complejos (la relación con los políticos, por ejemplo) -más el abundantísimo material musical- habría sido un milagro que Macdonald pudiera también, como se lo proponía, descubrir al hombre que estaba detrás del ícono. Pero sí consigue pintar un retrato convincente, en algunos momentos conmovedor y, claro, colmado de muy buena música.