Mario on tour

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tras su paso por el último BAFICI, se estrena esta película que mixtura el musical y la road-movie para abordar una conflictiva relación padre-hijo.

Mario Canes (Mike Amigorena) es un auténtico perdedor. Más allá de su pinta y su talento artístico, se ha convertido en un alma en pena. Divorciado, con un hijo adolescente (Román Almaraz) que no quiere verlo, con una ex esposa Alejandra (Leonora Balcarce) que lo basurea mientras se muestra feliz con su nueva pareja Rodi (un ingeniero “perfecto” interpretado por Rafael Spregelburd), con la reciente muerte de su madre todavía en carne viva, nuestro torpe antihéroe acumula frustración, angustia y una soledad de la que solo su amigo y socio Damíán, más conocido como el Oso (Iair Said), se encarga de limitarla.

Gracias a los arreglos que su improvisado pero fiel “manager” concreta vía Internet, Mario se gana la vida cantando covers de Sandro en despedidas de solteras, casamientos y cumpleaños. Mientras se dilata la posibilidad de terminar la grabación de un disco con canciones originales suyas, surge la posibilidad de una gira con destino final en Santa Teresita. Tras múltiples intentos fallidos, Mario convence a Alejandra para que Lucas lo acompañe. Este, por supuesto, lo hará a regañadientes, más interesado en su celular que en compartir experiencias con su padre y el Oso.

El guionista y director Pablo Stigliani combina elementos del musical de shows pueblerinos (por momentos hay una mirada a-la-El ciudadano ilustre), la road-movie llena de enredos y el despertar sexual adolescente, aunque el corazón del film es una sensible mirada a la redención de un padre ausente frente a un hijo que empieza a verlo de otra manera. Por suerte, el director de Bolishopping apela al tono medio, sin forzar ni subrayar demasiado las situaciones, evitando así el sentimentalismo y haciendo gala de bastante pudor y recato.

Algo previsible en su desarrollo, pero siempre sensible y querible, Mario on tour es de esas pequeñas películas hechas con nobleza que se disfrutan incluso cuando están al borde del costumbrismo y el patetismo. Pero no: Stigliani encuentra un tono justo y encuentra en Amigorena y sus versiones de Trigal y Dame fuego un aliado inmejorable.