Urgencia y desarraigo La emigración forzosa a escala planetaria de enormes contingentes sociales pinta de pies a cabeza las consecuencias más horrendas de la globalización capitalista de las últimas tres décadas, período en el que se profundizaron todas las pugnas, desigualdades e injusticias de etapas previas al punto de generar una gigantesca masa de seres humanos empobrecidos, errantes y desesperados que abandonan sus hogares en pos de un sueño de asistencia y/ o progreso cada vez más inalcanzable. Precisamente, el control del destino del mundo en un puñado de corporaciones y sus testaferros políticos ha desencadenado lo que se suele denominar la “crisis de los refugiados”, eufemismo con el que los países centrales (léase Estados Unidos, Israel y Europa Occidental) pretenden lavar culpas en lo que atañe a las guerras, la hambruna y la miseria que azotan a Medio Oriente, África y América del Sur. Marea Humana (Human Flow, 2017) es un documental observacional que retrata los flujos migratorios contemporáneos a nivel general: si bien el registro del drama en cuestión constituye el corazón de este excelente trabajo de Ai Weiwei, a decir verdad el cineasta chino complementa las imágenes con epígrafes que contextualizan los hechos narrados o brindan un testimonio lírico a la Werner Herzog del parecer de los muchos protagonistas. Basándose en entrevistas varias y una fastuosidad visual sorprendente, el film ofrece un recorrido muy exhaustivo que abarca los corolarios de la rapiña y las guerras imperialistas en Medio Oriente, hoy representadas en el conflicto en Siria, los desastres del cambio climático en África por la contaminación y finalmente los cruces cotidianos -motivados por la pobreza y la concentración económica- en la frontera entre México y Estados Unidos. Los recursos tecnológicos a los que apela Ai incluyen cámaras tradicionales, celulares y hasta drones ya que su meta es construir un lienzo humanista de lo más ambicioso en el que se analicen todas las facetas del asunto y en esencia se lo visibilice a ojos de una Europa que se desentiende de su responsabilidad histórica y del problema en concreto expulsando de inmediato a los migrantes recién llegados, condenándolos a campos de mugre, escasez y aislamiento o tercerizando la estrategia xenófoba mediante el ardid de pasarle dinero a países como Turquía y Jordania que continúan la táctica del hacinamiento brutal y hasta la suelen “perfeccionar” con ninguneo, razias sistemáticas y represión lisa y llana. Como ninguna de las execrables administraciones primermundistas les dan una vida digna o una solución permanente, los refugiados caen presos de la burocracia y terminan desamparados. A lo largo de un metraje de 140 minutos, el realizador pone en primer plano la urgencia y el desarraigo que padecen millones de personas por año en viajes deplorables que derivan en una existencia paupérrima en los estados anfitriones; todo asimismo mientras resurgen los nacionalismos más patéticos en las potencias globales y se acentúa la exclusión en los países pobres como nuestra simpática Argentina (en este sentido, el esquema en el Tercer Mundo es casi siempre idéntico: los burgueses tilingos se identifican con los oligarcas de los enclaves financiero y energético que controlan el territorio, los lúmpenes se identifican con los burgueses y a su vez las capas pauperizadas quieren llegar a ser lúmpenes en un delirio social de desclasados al rojo vivo). Marea Humana duele lo que debe doler porque sabe cómo mirar de frente a este catálogo de barbaridades que reclaman un cambio de dirigencias que sólo se puede dar cuando se deje de reproducir la fantochada detrás de una democracia constantemente manipulada por las élites económicas/ políticas/ sociales/ militares, esos especialistas en echar mano de cualquier excusa étnica, religiosa o nacional para mantener a los esclavos divididos y votando a los mismos delincuentes de siempre…
El tema de los refugiados es una cuestión alarmante que debería dejar sin sueño a todas las autoridades competentes a nivel mundial, o crítica de marea humana crítica human flowal menos eso es lo que desea conseguir el realizador chino Ai Weiwei con su obra Marea Humana, uno de los muchos registros de esta desgarradora realidad. Un registro notable desde lo testimonial, no obstante discutible desde el costado narrativo. Una odisea que continúa: Con Marea Humana, el realizador retrata la creciente cantidad de refugiados que hay alrededor del mundo, en uno de los desplazamientos humanos más grandes (65 millones de personas) que se recuerda desde la Segunda Guerra Mundial. El acento está puesto en las dolorosas historias de estas personas, así como de los miembros de instituciones que tratan de solucionar el problema. Marea Humana es una de esas historias que no se andan con preciosismos. Ai Weiwei simplemente se limita a exponer el tema a tratar, diciéndole al espectador que esta dolorosa realidad existe. Abarca todos los aspectos de la cuestión: desde las víctimas hasta las autoridades de diversas instituciones humanitarias, en una gran mayoría de (cuando no todos) los países dónde se produce este fenómeno. El realizador sabe capturar con precisión la tristeza del destierro y el deseo de denuncia de cada sujeto a quien apunta su cámara. Si bien esta multiplicidad de puntos de vista nos permite una percepción completa del problema, trae consigo una desventaja: que el deseo de retratar esta universalidad contribuye a que el metraje se extienda innecesariamente y se torne repetitivo, a tal extremo que termina por desafiar la paciencia del espectador. Por otro lado, uno puede intuir que la posible reiteración de ciertos puntos no es la preocupación del realizador, y el posible tedio era un riesgo que estaba dispuesto a correr con tal de que la problemática que abarca llegue en toda su plenitud. En materia visual, la película goza de un preciosismo que no tiene su flujo narrativo. En la fotografía imperan ricas composiciones de cuadro, hechos en una gran variedad de cámaras que van desde drones hasta teléfonos celulares. El ojo del fotógrafo Christopher Doyle es crucial para que las imágenes tan bellas como desgarradoras que ofrece la cinta, queden en la memoria del espectador. Con el montaje, si bien este sabe cuándo es el momento de terminar un testimonio para pasar al siguiente, uno no puede evitar notar que se limita simplemente a pasar de un escenario al siguiente; que elige no usar la compaginación para una mayor fluidez del relato. Conclusión: Marea Humana consigue su propósito de ser un llamado de atención sobre un tema que tiene más países afectados de lo que se piensa, e invita indirectamente a las autoridades competentes a que tomen cartas en el asunto. Por desgracia no logra conseguir que los múltiples puntos de vista que integran el relato confluyan en un ritmo razonable, lo que puede jugarle en contra con un público general.
Postales de un turista de la miseria. Ai Weiwei, refugiado clase A, viaja por el mundo para dar testimonio de las penurias de los refugiados clase C. No está muy claro si el más célebre disidente chino de este siglo, arrestado sin causa durante años en su país y exilado más tarde en las doradas París y Berlín lo es justamente por ese motivo o por sus creaciones artísticas o arquitectónicas. O quizás cinematográficas, ya que Weiwei, que es por formación artista plástico (y parte de cuya obra podrá ser apreciada, o no, desde este sábado en la Fundación Proa), también viene incursionando abundantemente en el campo documental, con una docena ya de films a lo largo de la última década. Costosa producción internacional lujosamente fotografiada en veintitrés países a lo largo de dos años (las cifras instan a evaluarla en los términos de una superproducción hollywoodense), la extensa Marea humana muestra a Weiwei como posible turista de la miseria. Frecuentemente acompañado de su hijo (“vení, pibe, vamos a visitar refugiados”), el artista pequinés viaja de Medio Oriente a Myanmar, de allí a Gaza y Cisjordania, Turquía, Grecia y los países de desembarco europeo, hasta atravesar el Atlántico para registrar las penurias de los wetbacks mejicanos, intentando penetrar la frontera estadounidense. La intención es dar cuenta del fenómeno contemporáneo de los migrantes forzados, que un cartel inicial fija en 65 millones de personas, la cifra más alta desde el fin de la barbárica Segunda Guerra Mundial. La pregunta es: ¿puede una película de cine, por extensa que sea, ponerse a la altura de semejante fenómeno? ¿No sería más apta una miniserie? La respuesta, por si hacía falta, la da la propia película. Parece extensa (dura 2 horas 20), es corta para “meter” tanto cuerpo adentro, se hace larga porque la cámara no tiene tiempo suficiente de compartir experiencias con los personajes (que no llegan a ser tales) y entonces el espectador se siente como un turista japonés en Europa. Un plano inicial inadecuadamente “hermoso” (una toma cenital de alta mar, con el sol reflejándose sobre el agua y una gaviota como una mancha allá abajo) es como un fallido del film turístico (sobre refugiados) que al artista visual se le escapa sin querer. Weiwei se hace filmar charlando distendidamente con migrantes forzados de distintos orígenes, jugando a intercambiar pasaportes con un hombre sirio de gran sentido del humor, regateando con un vendedor ambulante o recogiendo salvavidas junto a su hijo. La verdad es que no se entiende a qué viene todo eso, que lo único que aporta es algún “descanso” a la narración, en tanto Weiwei renuncia a entrevistar a sus personajes, cosa que perfectamente podría haber hecho. ¿Y necesita acaso la narración algún descanso? Lo que necesita, y ésta no está en condiciones de darle por su propio planteo de base, es verdad humana transmitida por sus protagonistas, para permitir al espectador imaginar por un momento qué significa la experiencia de la migración forzada. Con lo que éste se encuentra es en cambio un niño, un hombre, una anciana, que no se acuerda bien si son una rohingya de Myanmar (no confundir con los rollingas de Floresta) que viaja a Italia, un sirio depositado en Irak o un palestino rumbo a Alemania. O quizá todo lo contrario.
Dejar todo atrás Marea humana (Human Flow, 2017) es un documental dirigido y co-producido por el activista social chino Ai Weiwei. El artista retrata el mayor desplazamiento humano desde la Segunda Guerra Mundial: más de 65 millones de personas fueron implícitamente obligadas a abandonar sus hogares debido a la guerra. El film fue rodado a lo largo de un año en 23 países distintos, entre los que se encuentran Siria, Grecia, Pakistán, Italia y Alemania. Se presentó en el 74º Festival Internacional de Cine de Venecia, en el que obtuvo críticas mixtas. Gracias a unos planos aéreos inmensos, Weiwei nos muestra la cantidad de humanos que día a día caminan sin tener un destino fijo. Desde esa altura se los percibe como hormigas, en un silencio abrumador que impacta desde el comienzo. Las casas hechas pedazos, el fuego arrasador y los animales desnutridos son sólo algunas de las imágenes que quedan en la memoria cuando los créditos bajan. El documental contiene entrevistas a los refugiados, recorre sus diversos campamentos y expone muchísimos datos en pantalla con cifras impactantes. Aparte hace foco en las consecuencias que ya son visibles debido al cambio climático, otro conflicto que también fuerza a las personas a migrar. Por otro lado somos testigos de la tensa relación que existe en la frontera entre Estados Unidos y México, donde el control norteamericano nunca descansa. Hay que tener en cuenta que la cinta contiene un ritmo casi nulo y al durar 140 minutos es casi imposible que en algún punto no se torne pesada. Algunos hechos resultan repetitivos, que el diálogo sea escaso puede aburrir pero no se debe olvidar que lo que se está mostrando sucede en la realidad y el producto no está hecho para entretener. Que el director aparezca en pantalla grabando con su IPhone o sacándose selfies con carteles en apoyo a los refugiados resulta totalmente innecesario. No aporta nada y te saca de la experiencia cruda de la crisis migratoria. Por suerte él no es protagonista y esos momentos quedan en el olvido. La reflexión está presente en cada minuto ya que la empatía se transmite a la perfección por más que no se llegue a conocer en profundidad la historia de cada refugiado. Uno consigue ponerse en el lugar del otro sintiendo cómo esa persona sufre la desigualdad por su religión o etnia, lo que le genera el pensar que ni siquiera es un ser humano por la manera en la que es dejado de lado. Los cierres de frontera repentinos, las mujeres embarazadas que no saben dónde podrán dar a luz y la cantidad de ahogados por intentar cruzar el mar Mediterráneo son hechos que dan bronca, indignan y entristecen. Desde sus planos abiertos tan hermosos como devastadores, Marea humana nos abre los ojos de lo que sucede en nuestro planeta de una forma realista y necesaria. Aunque en su desenlace deja un mensaje de esperanza hacia el futuro, el respeto hacia el prójimo se siente perdido y está bueno que esa sea la sensación que nos quede porque sólo de esta manera se puede empezar a tomar consciencia de cómo deberíamos actuar.
Desintegración Hordas de migrantes avanzan en Europa y en el mundo. Cada país decide tomar medidas, las que cree necesarias para enfrentar, de un momento a otro, el ingreso de personas en busca de otra vida. La infinidad de conflictos armados que atraviesan gran parte del planeta hacen que, diariamente, se exilien miles y miles de personas, y en las peores condiciones, hacia lugares en los que sueñan con un futuro mejor. Irak, Siria, Senegal, México, son sólo algunos de los países que expulsan a estos migrantes precarios, algunos en busca de oportunidades y desarrollo, pero la mayoría escapando de la muerte segura dentro de los territorios que habitan. Ai Weiwei dirige Marea humana (Human Flow, 2017) con la convicción que este proceso, que comenzó hace unas década y que en los últimos años se ha ido acelerando desesperadamente, conlleva más de un significado que no tiene nada que ver con aquel que los medios dominantes de comunicación quieren darle: una consecuencia de un proceso necesario de desarrollo. Para revelar ese verdadero sentido, el director atraviesa países y continentes, y en cada lugar entrevista a los protagonistas, se mezcla con ellos, los desnuda ante la cámara y visibiliza a aquellos enterrados en vida. En Marea humana las personas no sólo transitan sino que, gracias a la mirada y sabiduría de Ai Weiwei, hablan y se reconocen en esa situación actual que viven, muy a pesar de todos ellos. La humanidad surge en cada testimonio con la dedicación que posiciona la cámara para los reportajes tradicionales, porque durante el resto del documental, la cámara se mueve -al igual que la marea- con los entrevistados hablando en una postura tomada frente a la migración alejada de convencionalismos y de discursos bélicos/económicos. Y si bien Marea humana respeta las convenciones del género, la pantalla se transforma en un lienzo, buscando componer dentro del relato de denuncia, imágenes armónicas dentro del caos que refleja sin siquiera intervenirlo. La sola contemplación permite contextualizar un fenómeno vigente y que se acrecienta día a día. Un drone suma planos aéreos, mostrando la realidad de los refugiados en los campamentos improvisados (en algunos casos), los que, capturados desde el aire, parecen panales de insectos, enjambres a punto de explotar recibiendo el flujo continuo de personas. Individuos que dejan su pasado al lado de los millones de salvavidas abarrotados en basureros -imagen real sin manipulación-, que buscan hablar de la fragilidad de los hombres frente a su decisión de migrar a pesar de todo. Pero en la película no todo es contemplación, porque Ai Weiwei también actúa, como en aquellos instantes en los que roba imágenes, reflejando a las fuerzas queriendo dominar todo, bajando línea a su equipo mientras filma. En esos momentos desafortunados, en los que el control extrema su poder, Marea humana va configurando un relato desgarrador y a la vez necesario, sin estridencias, con imágenes simples y directas sobre la urgencia de un fenómeno que ya no tiene retorno.
En coincidencia con la amplia retrospectiva sobre su obra en las más diversas disciplinas que se realiza en Fundación PROA, se estrena en salas argentinas este documental sobre la problemática de la inmigración, los refugiados y los desplazados en todo el mundo. El de la inmigración desde regiones en guerra o que soportan largas crisis económica hacia los países desarrollados es uno de los temas más conflictivos de estos tiempos y, por eso, no extraña que desde el cine se intente exponer el costado humano de esta verdadera tragedia. De hecho, en el reciente Festival de Mar del Plata se presentaron Sea Sorrow, primer largometraje como directora de la mítica actriz Vanessa Redgrave (una activista que se focaliza en la situación en el centro de refugiados de Calais de todos aquellos que intentan ingresar al Reino Unido) y este documental del chino Ai Weiwei que compitió en la Mostra de Venecia (en la Berlinale 2016 había ganado Fuocoammare: Fuego en el mar, de Gianfranco Rosi). Tras realizar varias videoinstalaciones, este artista de vanguardia radicado en Berlín tras su larga lucha contra el régimen chino dirigió su primer largometraje que ofrece un panorama bastante amplio sobre la cuestión, ya que Ai Weiwei viajó a 23 países, trabajó durante todo un año con otros tantos equipos de filmación y contó con el asesoramiento y la ayuda de varias organizaciones oficiales y de la sociedad civil. Bangladesh, Irak, Kenia, México, Macedonia, Hungría, Serbia, Jordania, Israel, Palestina, Grecia, Italia, Argelia, Siria, Turquía, Egipto, Paquistán, Malasia, Afganistán... casi no hay zona en conflicto en la que este infatigable artista no haya estado filmando a la gente que baja moribunda de los barcos, a los que se hacinan en centros de refugiados y a los que desafían a los controles de seguridad en las fronteras defendidas con armas y muros. Más allá de la elogiable labor de registro y concientización que tiene el film, hay varias cuestiones que hacen “ruido”: la belleza de muchos planos fotografiados como si se tratara de un documental más turístico que político, el abuso de las panorámicas cenitales con drones (que sirven para tomar dimensión de la extensión de ciertos campos para inmigrantes ilegales, pero que terminan abrumando), la musicalización por momentos ampulosa y la decisión de Ai Weiwei de aparecer y desaparecer de cámara sin ninguna justificación (podría haber sido un film con mayor involucramiento, contado más en primera persona, o evitar por completo su presencia en el plano, pero lo concreto es que se queda a mitad de camino). El film exalta la tarea humanitaria y expone la crítica situación en muchísimas zonas del planeta (en algunos casos los refugiados están en una libertad solo aparente, ya que permanecen durante mucho tiempo en cárceles disfrazadas), pero al mismo tiempo resulta en sus 140 minutos un poco caótico e impreciso en su capacidad de denuncia. El que mucho abarca...
cargada de información El documental del artista chino trata sobre la crisis de los refugiados en todo el mundo. La crisis de los refugiados es algo que suponemos terrible, pero parece lejano y no deja de ser otra noticia para indignarmos un rato y, después, cambiar de canal o dar vuelta la página. El artista chino Ai Weiwei, menos conocido por su obra que por su activismo político, que lo llevó a la cárcel y el exilio, se propuso concientizar sobre el problema poniéndole rostros y nombres a un drama que suele quedar esmerilado detrás de la frialdad de números, tratados internacionales y medidas políticas. En un notable despliegue de producción, WeiWei lleva sus cámaras y sus drones a los principales campos de refugiados del mundo y zonas en conflicto migratorio. Desde Myanmar hasta la frontera entre México y Estados Unidos, pasando por Jordania, Kenia, Turquía, el Líbano, Calais, París, Berlín, Sicilia, Grecia, Gaza: en cada uno de esos lugares, vemos a los refugiados y sus historias de privaciones y humillaciones. Tomas aéreas, muy estéticas, nos muestran el plano general del desastre. A la distancia, los refugiados parecen homigas inquietas: metáfora, tal vez, de cómo se los ve desde la comodidad del Primer Mundo. Cuando la cámara desciende al territorio, la dimensión de la tragedia se vuelve palpable. Y hace pensar que acá nomás tenemos nuestros propios refugiados: son los migrantes que viven hacinados en las villas miseria, sin acceso a los servicios básicos. El documental es didáctico: hay numerosos sobreimpresos con estadísticas apabullantes y entrevistas a especialistas que dan sus visiones sobre el tema: la más contundente es la de una mexicana que explica que la migración es un derecho humano y que, debido a la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza mundial, este problema, lejos de solucionarse, se agravará con el paso del tiempo. Cargada de información, Marea humana cumple con la misión de pintar un exhaustivo cuadro de situación (aunque sin profundizar en las causas). Lástima que sea excesivamente larga, y que Ai WeiWei no haya podido con su ego, tomando un protagonismo sin otro sentido más que el de mostrar cuán compasivo es, y cómo es capaz de bajar de su torre de cristal para hundir -literalmente- los pies en el barro. La otra falencia es que, a pesar de los duros testimonios y de cierta poesía visual y literaria -hay numerosas citas de poetas y libros sagrados de las regiones más afectadas-, el documental no termina de conmover.
El artista y activista Ai Weiwei dirige un documental que pretende poner en foco cómo es ser refugiado desde las zonas que mayor cantidad de estos genera. Más de 65 millones de personas en el mundo se han visto obligadas a abandonar el lugar donde nacieron. Ese movimiento de gente continúa perpetuándose, especialmente en ciertas zonas conflictivas, habiéndose tornado mayor que el de la Segunda Guerra Mundial. Ai Weiwei introduce su cámara y él mismo dentro de veintitrés países, transmitiendo datos numéricos pero también mostrando cómo vive la gente así, esperando. Con una fotografía impactante especialmente cuando apuesta a los planos cenitales, pero también sabiendo acercarse a algunas personas que se abren frente a la cámara, incluso utilizando la cámara de teléfono, Ai Weiwei introduce además durante todo el film frases de diferentes líderes espirituales que funcionan como múltiples epígrafes. Es una película que no sólo sirve para conocer y entender el mundo de los refugiados sino para comprender que son personas, que como todo el mundo lo que quieren es un hogar, y muchas veces ese hogar es el que se vieron forzados a dejar atrás, otras son como una especie de permanentes pasajeros en tránsito, porque no pueden volver pero tampoco pueden entrar a un lugar nuevo. Otro punto interesante del film es que pone en foco el trabajo humanitario, mostrando cómo se trabaja y la importancia de involucrarse. Durante las casi dos horas y media que dura el documental, lo cierto es que no puede evitar tornarse algo repetitivo, incluso en la constante aparición de frases que funcionan como ciertos separadores, pero las hay demasiadas. Weiwei hace un muy buen trabajo de registro y opta por imágenes antes que testimonios, que de todos modos los hay (y hasta éstos se sienten algo repetitivos a veces, como para que quede bien en claro lo que se quiere enfatizar: que un refugiado es ante todo un humano y que por lo tanto tiene los mismos derechos que nosotros). Interesante y necesario, "Marea Humana" es un estudio sobre los refugiados que podría haber sido algo más exhaustivo, que por momentos se lo siente algo superficial, que hay mucho material para ahondar que no aparece.
Pérdidas e ilusiones en un mundo globalizado El mundo se ha convertido en un extenso movimiento humano. Hombres, mujeres y niños abandonan sus lugares de origen para escapar de misiles y bombardeos, para encontrar un destino mejor ante la crisis económica, para salvar sus vidas del desprecio y la hostilidad. Así lo registra la cámara del artista Ai Weiwei -la Fundación Proa presentará aquí desde diciembre una retrospectiva de su obra- a lo largo de un viaje de un año por 23 países del mundo. Las guerras sangrientas en Medio Oriente, los residuos del colonialismo europeo, el vertiginoso cambio climático y las crecientes desigualdades económicas han originado un crecimiento exponencial de las migraciones durante este siglo XXI. Lo que puede verse en titulares de diarios, en cifras de registros migratorios o en declaraciones de líderes globales, adquiere en Marea humana una dimensión concreta y desgarradora, alejada de la tentación del anecdotario y construida como un mosaico de historias personales y comunitarias, con la fuerza de un presente que se forja día a día ante nuestros ojos. Ai Weiwei es un personaje fascinante, como lo muestran los breves rastros de su presencia en la película, interactuando con sus nacidos personajes, ajustando el foco de su cámara, haciendo evidente la magnitud de la crisis que hoy aterra a Europa. Artista y disidente de la China contemporánea, exiliado en Berlín y ciudadano del mundo, su mirada documental lleva la reflexión sobre el cine en tanto testimonio a un nuevo territorio en el que viejos conceptos como refugiado, acuñado en las postrimerías de la Segunda Guerra, pueden pensarse al calor de la extendida globalización. El impacto de las imágenes aéreas capturadas por drones se conjuga con el anclaje en el territorio, con la descarnada verdad de su destrucción en regiones como Siria o la Franja de Gaza, con la voz de sus miles de habitantes atrapados en hangares alemanes, en andenes de estación, en esperas infinitas. Las imágenes del mar abren y cierran la película. Allí se vislumbran los botes que llevan a los migrantes, los salvavidas que recuerdan el omnipresente peligro, los rastros de los que ya no están. Con esa fuerza del mar abierto, de pérdidas e ilusiones, Weiwei abre y cierra una historia que no termina, de la que su aventura global desde el desierto de Jordania hasta la frontera militarizada entre Estados Unidos y México parece ser sólo el comienzo.
El artista chino Ai Weiwei inaugura una muestra importante en la Fundación Proa de La Boca y estrena aquí este documental, fruto del exhaustivo registro que llevó a cabo en los últimos dos años. Viajando por el mundo, con un equipo de fotógrafos y realizadores, Weiwei quiso documentar el drama de las migraciones. Ambicioso, y algo errático en la forma, el resultado es un documento importante y conmovedor de uno de los temas centrales de nuestra época.
Un documental impresionante realizado por el famoso artista Ai weiwei sobre el moviendo, la verdadera marea de desplazados en el mundo por hambrunas, guerras o cambios climáticos. Mas de 65 millones de personas forman esta masa de refugiados privados muchas veces de los más elementales derechos, hacinados, abandonados, adaptándose a condiciones de vida paupérrimas, sin una esperanza de un futuro un poco mas benevolente. Este extenso trabajo del director lo llevo a recorrer y a interactuar con refugiados de Afganistán, Bangladesh, Francia, Grecia, Alemania, Irak, Israel, Italia, Kenya, México, Turquía. Un desplazamiento humano que es el mayor desde la segunda Guerra Mundial. Un documento estremecedor que busca no solo documentar la escala internacional de esta crisis humanitaria, sino también la indiferencia de muchos países que se niegan a la ayuda, que fueron causantes de algunas situaciones y no se hacen responsables. Sin discursos políticos pero como un llamamiento a la sensibilidad humana mundial para trazar solidaridad con los despojados de todo.
Su narración nos muestra diferentes historias de vidas castigadas por la guerra, la pobreza, los cambios climáticos y el desabastecimiento. Resultan muy fuertes las imágenes, muy crudas, escenas de terrible miseria, la crisis global de los refugiados en distintos países: Afganistán, Tailandia, Bangladesh, Italia, Francia, Grecia, Alemania, Hungría, Irak, Israel, Jordania, Kenia, Líbano, Macedonia, Malasia, México, Pakistán, Palestina, Serbia, Suiza, Siria, Tailandia y Turquía. Muchos de los refugiados llegan en barcos y balsas, en algunos casos en condiciones inhumanas, hay imágenes desgarradoras, llega a incomodar en distintos momentos, el mismo director chino Ai Weiwei (por razones políticas ahora vive en Alemania) se pone frente a cámara, hace selfies, cocina, hasta corta el cabello, intercambia pasaportes, realiza distintas entrevistas y va sacando ásperos testimonios. Parte de las filmaciones están realizadas por drones, con telefonía móvil, a cámara en mano y varias tomas aéreas. Estupenda la fotografía del australiano Christopher Doyle (“Hero”, “2046”), buen montaje y paleta de colores que ira resaltando y generando diferentes climas. Este film sirve para prestar atención, formar conciencia e humanizar. Le sobrarían unos 15 minutos aproximadamente.
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, más de 65 millones de personas se vieron forzadas a vivir en condición de refugiadas. Sea por motivos de hambruna, factores climáticos o conflictos bélicos, las malas condiciones en sus países los obligaron a abandonar sus hogares en busca de otro presente y futuro.
DESTINO INCIERTO De corte humanista, el extenso documental de Ai Weiwei ofrece diferentes relatos de actuales refugiados alrededor del mundo, desde casos como en Afganistán y Serbia hasta la histórica frontera que no permite el ingreso de mexicanos a Estados Unidos. Con una factura técnica increíble que utiliza panorámicas cenitales con drones y numerosos travellings para mostrar la magnitud de los migrantes como si de hormigas frenéticas se tratara, para aplicar luego zoom o distintos encuadres con el objetivo de focalizar más de cerca en esta tragedia particular. Su director participa “visiblemente” en este documental de denuncia y concientización con ánimo de mostrar su compasión directa con los diferentes testimonios que recolecta durante su viaje. Marea humana pone de manifiesto la enorme dimensión de una de las problemática que aqueja a las naciones modernas, como es la de los inmigrantes “forzados” que abandonan sus países por la guerra constante o por crisis económicas. Para estas agrupaciones plagadas de niños y ancianos el camino es difícil. La ayuda de organizaciones no gubernamentales y distintas instituciones se vuelve insuficiente para tanta sobrepoblación. Y algunos gobiernos prefieren no solidarizarse con la causa levantando diversos muros o alambrados patrullados con hombres uniformados. Como si fuera, los derechos personales de estos numerosos grupos son pisoteados mientras que el camino del desarraigo resulta una experiencia dura y, a veces, mortal. El relato es crudo, trabaja con una serie de estadísticas verídicas y entrevistas de profesionales involucrados en el tema, lo que vuelve al documento una realidad imposible de ocultar. Por ello, Weiwei prefiere no limitarse a un caso particular o profundizar en las causas pasadas sino mostrar abarcativamente y de forma didáctica lo que sucede en varios países actuales durante 140 minutos al grito de “ayuda humana”.