Maracaibo

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Cómo es la soledad

Maracaibo viene sin cucardas ni estrellas pero sorprende como un drama sólido acerca de la relación entre un hombre, su hijo y la tragedia.

Una película argentina sin Darín, Francella ni Peretti, pero que tampoco pasó por festivales importantes ni su director es un mimado por la crítica. Hay cientos de ellas y pasan sin pena ni gloria, en su mayoría merecidamente. Si para algo sirve un crítico de cine es para descubrir aquellas que merecen pasar aunque sea con algo de gloria. Maracaibo, de Miguel Ángel Rocca es una de ellas. Seamos buenos: está protagonizada nada menos que por Jorge Marrale y Mercedes Morán. No son dos desconocidos. Son dos grandes actores, pero no “cortan tickets”, como suele decirse.

Ellos son Gustavo y Cristina, un matrimonio de clase media alta. Tienen un hijo de 22 años, Facundo (Matías Mayer), y una vida feliz y en armonía. Son simpáticos, se quieren, se toman con humor los achaques de la edad y él acaba de ser ascendido a jefe de cirugía en el hospital en el que trabaja. Hasta que un día, Gustavo descubre que el amigo de su hijo en realidad no es su amigo: es su novio. Facundo es gay.

Su reacción es el estupor. Le pregunta a su mujer si lo sabía. Su hijo quiere hablarle, pero él no puede enfrentar el asunto todavía. Una de las virtudes de la película es que -salvo un par de escenas, y son las peores- no se pierde en parrafadas ni diálogos que intenten explicar el conflicto. Sin que Gustavo diga nada -y también por el extraordinario trabajo de Marrale- adivinamos que el hecho de que su hijo sea gay le molesta más de lo que hubiera imaginado en la teoría, le molesta no haberse dado cuenta, le molesta que le moleste. Y cuando creemos que la película va a ser un drama íntimo acerca de la aceptación (o no) de un padre a su hijo gay, sucede la tragedia.

No es un espoiler porque está en la sinopsis oficial: dos ladrones entran en la casa (Luis Machín y Nicolás Francella) y matan a Facundo. Entonces la película entra en un terreno denso y oscuro, y empieza a jugar con la naturaleza de lo irreversible. Ahora Gustavo tiene que hacer el duelo, hacer las paces con ese hijo que acaba de morir y superar los conflictos que surgen en su matrimonio por culpa de los reproches y el dolor. Pero no solo eso: también traba relación con el asesino de su hijo (Francella) en la cárcel. Y ahí se agrega una capa a la historia: otra relación padre-hijo que puede funcionar como espejo de la de Gustavo y Facundo.

Maracaibo es rigurosa y funciona gracias al enorme trabajo de Marrale, responsable de cargarse al hombro un personaje difícil y unas escenas que van del drama hogareño al thriller y que si no se caen de la verosimilitud es gracias a él. La experiencia es demoledora y recuerda un poco al drama de Manchester junto al mar, aunque Maracaibo es menos delicada. Es mérito del guión hacernos querer a esos personajes primero y después tirarles encima un transatlántico.

Si un crítico sirve para algo (¿sirve para algo?) es para tratar de encontrar estas películas entre el aluvión de estrenos. Maracaibo no es una película más y no va a dejar indemne a los que se le animen.