Mar negro

Crítica de Marcelo Pavazza - Crítica Digital

El austero encanto de las pequeñas emociones

“Mejor hacer una cosa y arrepentirse que no hacerla y también arrepentirse”, sentencia Gemma (la estupenda Ilaria Occhini) cerca del final de este film, ópera prima del joven cineasta florentino Federico Bondi. Ella, una anciana de mal carácter que tampoco se lleva demasiado bien con su pasado, está en Rumania acompañando a Angela (Doroteea Petre), la muchacha rumana que se encarga de cuidarla. Una frase inesperada para el espectador, que en el principio de la película observa una relación obligada, nacida de la incapacidad de Gemma de encargarse sola de sus propios asuntos, y por consiguiente plagada de gritos, mandoneos y reproches de parte de la anciana, que a primera vista parece una Miss Daisy en Clonazepam.

Pero llegará el entendimiento –y el cariño– entre ambas. Y en tránsito a esa meta se irá la película. Un camino amable, atravesado por la necesidad de Angela –que vive en Florencia, trabajando duro para cumplir el sueño de poder formar una familia con su esposo, aún en Rumania– de prosperar, y el anhelo de Gemma de domar sus demonios interiores (es notable cómo Occhini, con gestos mínimos, construye un personaje multidimensional).

Bondi retrata la relación contrastando caracteres (Angela endulza las crispaciones de Gemma y ésta va adquiriendo seguridad), y también enfrentando sus realidades. Lo que le sirve, de paso, para comentar cómo la prosperidad de la Europa rica –atención a la escena en la que Gemma se enfrenta al racismo de su vecina– se aleja cada vez más de lo que sucede en los países del Este. Angela ensaya en Italia algo así como un simulacro de vida (se junta con otros inmigrantes, relojea a un apuesto compatriota), pero está siempre distraída, con su cabeza en Rumania, a la que volverá junto a su patrona, cerca del final. El acierto está en recortarlas de su entorno, para dejarlas solitas en el centro de la escena, sin distracciones. Su falencia radica en su corrección política –disimulada en el tono y en la realización austera– y en una falta de nervio que ni siquiera subsana la extraordinaria Occhini.