Mar negro

Crítica de Fernando López - La Nación

Un punto de encuentro entre dos desconocidas

Mar negro es tan elocuente como detallista.

Las primeras imágenes son elocuentes. Ninguna posibilidad de entendimiento puede haber entre esa anciana gruñona y quejosa cuya figura aparece del otro lado del parabrisas, apoyándose en el hijo y caminando con dificultad hacia el automóvil y la joven rumana recién llegada a Florencia, humilde pero resuelta, que la ve acercarse. Una apenas puede con sus huesos, acaba de enviudar, se niega a dejar la casa de siempre y no tiene sino reproches para el hijo, que vive lejos, en Trieste: necesita compañía permanente. A la otra, que cubrirá ese vacío, le sobran esperanzas: tuvo que separarse de su amado marido, pero cualquier sacrificio vale la pena si consigue ahorrar los euros suficientes para volver y concretar el sueño de tener un hijo.

Las dos mujeres están solas y todo las separa: la edad, la lengua, la cultura, el prejuicio que subsiste, velado o manifiesto, en este tiempo de migraciones. Son demasiadas barreras. Sin embargo, habrá un punto de encuentro: suele haberlo cuando se deja de ver al otro como un desconocido y se lo reconoce en su individualidad; entonces se descubre lo que hay en común: al fin, la Rumania pobre de la que viene Angela se parece mucho a la Italia de posguerra que Gemma conoció en su juventud. Y hasta es posible que el lugar del muro que las separaba lo termine ocupando un espejo, y que las dos imágenes empiecen a parecerse, como las de una madre y su hija.

Claro que esta evolución del vínculo supone un largo proceso cuyos progresos se manifiestan en gestos mínimos, en detalles, en la superación de las pequeñas miserias domésticas, en la lenta comprensión del lugar del otro. El debutante Federico Bondi lo entiende y por eso busca esas señales en los rostros de sus actores -Ilaria Occhini, admirable; Dorotea Petre, una revelación- y en el rigor de un relato sobrio, delicado y preciso, sin golpes de efecto ni apelaciones sentimentales, y por eso mismo más intenso y conmovedor.

El retrato íntimo es lo primordial, pero hay también un expresivo tratamiento del ambiente, que incluye certeros apuntes sobre una realidad europea en etapa de cambios.