Máquinas Mortales

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Steampunk venido a menos

Francamente una de las caídas en desgracia -en términos cualitativos y de estima masiva- más estrepitosas del ámbito cinematográfico anglosajón fue la de Peter Jackson, aquel realizador neozelandés que comenzó su carrera regalándonos clásicos del terror clase B como las geniales Mal Gusto (Bad Taste, 1987), El Mundo de los Feebles (Meet the Feebles, 1989) y Braindead (1992) y propuestas muy interesantes como Criaturas Celestiales (Heavenly Creatures, 1994) y Muertos de Miedo (The Frighteners, 1996). A partir de la trilogía de El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings), obras que por cierto todavía conservaban bastante de la prodigiosa chispa creativa de antaño, al señor le picó mal el bicho del gigantismo bobalicón y todo lo que ha estado ofreciendo desde entonces cayó en el campo de lo pomposo remanido y pueril que invita a perder rápido la paciencia.

Como si se tratase de un cine “serio” que no logra renunciar a clichés hiper quemados del melodrama más light y motivos vacuos del género en cuestión, trabajos como King Kong (2005), Desde mi Cielo (The Lovely Bones, 2009) y sobre todo la trilogía de El Hobbit (The Hobbit) rankean en punta entre los productos más soporíferos y banales que haya entregado un cineasta otrora maravilloso, especie de caricaturas de films propios de épocas mucho mejores y más sinceras. Así las cosas, Máquinas Mortales (Mortal Engines, 2018) continúa esta colección de mega fracasos inflados y ahora encuentra al susodicho en el doble rol de guionista/ productor y hasta se podría decir que el que eligió para dirigir, Christian Rivers, un experto en storyboards y diseño visual con el que viene colaborando desde hace años, funciona más como un testaferro de Jackson que como un realizador con verdadero control.

La película en sí es otra adaptación de otra de estas franquicias literarias adolescentes que durante las últimas décadas han proliferado en todo el globo como plaga uniformizadora y homogénea: en el contexto de un steampunk muy venido a menos, tenemos un mundo postapocalíptico dominado por ciudades que se mueven cual maquinarias enormes de la Revolución Industrial británica del Siglo XIX y que necesitan fagocitar a otras metrópolis para seguir subsistiendo bajo una lógica imperialista bien literal, con Londres como la principal urbe “glotona” de un planeta con recursos muy escasos. Una chica con el rostro marcado por una generosa cicatriz, Hester Shaw (Hera Hilmar), debe aliarse a un par de personajes al paso, el tonto Tom Natsworthy (Robert Sheehan) y la rebelde Anna Fang (Jihae Kim), para detener al tirano de turno, Thaddeus Valentine (el gran Hugo Weaving), quien para colmo asesinó a su madre, y para evitar que ponga en funcionamiento un arma de destrucción masiva que planea utilizar contra los enemigos de las ciudades con ruedas.

Como ya se ha dicho en innumerables ocasiones en la web, la propuesta es una mezcla para nada original ni atractiva ni coherente de El Increíble Castillo Vagabundo (Hauru no Ugoku Shiro, 2004), Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012) y Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), todo combinado en una coctelera sin la más mínima sutileza. Los únicos elementos realmente potables de Máquinas Mortales son la presencia de Weaving y el fluir visual general, que compensa las nulas ideas novedosas con CGIs en verdad majestuosos en lo que atañe a algunas secuencias en particular y el diseño de las metrópolis portátiles. El trabajo del elenco es correcto pero los personajes son demasiado unidimensionales como para que alguien se interese en su destino, lo que resulta de por sí doloroso porque se notan las buenas intenciones de Jackson y compañía y cierto objetivo de fondo de revalorizar las epopeyas de aventuras a la vieja usanza, aunque hoy sin redondear un producto digno, astuto, entretenido o valioso en algún aspecto, el que sea…