Manto de gemas

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

El infierno cotidiano

En la premiada “Manto de gemas”, Natalia López Gallardo exhibe la violencia mejicana desde un relato sin centro.

Alguna vez enmarcada en un contexto asequible, la violencia en México devino germen de un vórtice que ya no obedece a lógicas ni fronteras. La debutante Natalia López Gallardo se hace cargo de esa condición inenarrable al prescindir de todo argumento evidente en Manto de gemas, película premiada con el Oso de Plata berlinés que abreva en la obra de directores para los que López Gallardo colaboró como editora, en especial Amat Escalante y Carlos Reygadas.

Lo único permanente en el filme es el inhóspito desierto mejicano y tres mujeres vinculadas entre sí por una desaparición: una divorciada de clase media (Nailea Norvind), su empleada doméstica (Antonia Olivares) y una policía veterana (Aida Roa).

Reticente a cualquier linealidad, la cámara enfoca paisajes, objetos y acontecimientos como una espía accidental. Hay una familia bañándose en una pileta alejada, una oficina congestionada en la que se mencionan nombres y edades de gente perdida, linternas y perros que surcan la noche, un viento que irrumpe a través de una ventana y tira abajo un portarretrato junto a un vaso de agua.

Las imágenes encapsuladas acallan la palabra narcotráfico, aglutinador equívoco del horror instaurado, aunque entretejen una trama discontinua semejante a la que desencadena el fenómeno: policías que les venden armas a niños, pobres que secuestran para sobrevivir, una burguesía sin norte, mujeres que deben valerse por sí solas, el paisaje letalmente árido y un infierno silencioso que se cuela por las rendijas más banales de la cotidianidad.

Los diálogos captados al pasar responden a la misma vocación descentrada: “Mira, parece un hueso”, “Él empezó a llorar de miedo”, “Estaba sola con sus hijos”, “¿Quién va a querer hablar?”, “Tienen a los cuerpos ahí tirados como bolsas de basura”, “Te veo desmejorada”, “Encontró algo con ropa enterrada”.

El efecto es acumulativo y compone una malignidad banal de nuevo cuño, la enajenada convivencia con un sinsentido desesperanzador y brutal. Al no haber relato no hay justicia, sólo un desmontaje moral de asimilación y sometimiento.

Dicho esto, Manto de gemas no logra exhibir la violencia sin violencia y echa mano a pasajes reconocibles que de no existir habrían merecido una película mágica (como las recientes ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? o A little love package) o desplazada (Fauna). Las irrupciones tardías de un secuestro, de un simulacro de ejecución y de un hombre en llamas son algo obscenas, pero también reconfortantes al distinguir dónde está el mal.