Mandarinas

Crítica de José Carlos Donayre Guerrero - EscribiendoCine

Nobles enemigos

Mandarinas (Mandariinid, 2013), película dirigida por Zaza Urushadze, está hecha con la precisión de las grandes obras cinematográficas. De manera discreta y sencilla toca temas de enorme envergadura y profundidad. Es un drama bélico alejado del estilo ya conocido para convertirse en un enfoque teatral y sumamente humano que gira a partir del cruce de personajes que se relacionan entre sí en una pequeña casa para mostrar que es el contexto quien arma los bandos y que existe un destino sangriento ya escrito.

Es el año 1992 y ha estallado la guerra entre chechenos y georgianos que buscan su independencia de la Unión Soviética. En un poblado agrícola estonio de Abjasia vive Ivo (Lembit Ulfsak) un viejo solitario que en lugar de escapar ha decidido quedarse a ayudar a su vecino Margus (Elmo Nüganen) con su cosecha de mandarinas para que no pierda su negocio. Sin embargo, un duro enfrentamiento se da enfrente de su casa y un georgiano (Misha Meskhi) y un checheno (Giorgi Nakashidze) resultan heridos mortalmente. Ivo les da cobijo en su casa para que puedan recuperarse pero conforme pasan los días se arma un clima de tensión, pues ambos juran enfrentarse ni bien estén curados. Ivo hará una resistencia interior para impedir que la violencia no estalle bajo su techo mientras las mandarinas de Margus están listas para recolectarse.

Sin duda el tema de la parábola del buen samaritano está presente en esta historia. Alejada de todo significado bíblico, Ivo es un hombre que brinda su ayuda bajo un instinto natural. No filtra odios ni recorres, da la impresión de tener una motivación de estilo Samurai al quedarse en su terreno a proteger su espacio, incluso si eso le puede traer peligros pues tiene a dos hombre heridos de bandos enfrentados en su casa. Al mismo tiempo está destinado a morir solo, rodeado de coloridas y plácidas montañas.

Está tan bien construido Ivo que es de impronta positiva para el film pues su figura arma la narrativa de la película. No solo porque tiene un objetivo que son las mandarinas, sino porque todos giran en torno a él. Es la brújula narrativa para la acción: Él hace que se crucen los personajes, los hace encontrarse en la mesa, les da de comer, es el motor de las conversaciones al producir el cruce de los mismos, y sobre todo el impulsor para que la recolección de mandarinas avance. Por sobre todo tiene la función de “ángel” que lucha para espantar a la violencia y los peligros de los que están a su alrededor. Con humor y un pasado oculto, su actuación termina por ser soberbia y mesurada convirtiéndose en un personaje entrañable.

No cabe duda que por sobre todo es un film teatral. Los personajes están en el mismo espacio, se dan algunos ligeros cambios de escenografía pero podría decirse que todo sucede en el mismo lugar. Pero son las pequeñas acciones, los detalles, los objetos y los diálogos mínimos bajo una atmosfera apacible y de una tensión constante, que al hacerlo de manera altiva y fecunda entregan una pequeña obra maestra. La energía del drama es poderosa y tiene al espectador muy atento a todo. Es imposible no concentrarse y difícilmente uno se puede perder, incluso cuando no hay grandes giros de trama ni grandes escenas. Los golpes dramáticos potentes son precisos, concretos y llegan cuando uno menos lo espera, incluso cuando todo el tiempo se respira ese aire invisible de violencia reprimida.

Todo crece por la música pausada y por una inefable sencillez. No tiene nada que le haga falta ni nada que esté demás. Hay un trabajo detallado del arte y la composición de la imagen y por ello ese aire oriental, que si bien ya estamos en el oriente medio, en este caso es un aire japonés, con un cierto apego a un misticismo milenario, fiel a un mundo ya extinto pero que se configura en un mensaje final que se vierte al espectador de manera directa. El mensaje habla sobre los prejuicios raciales y de cómo el ser humano tiene una comunicación y relación que va más allá de la nacionalidad. El sentimiento, y las emociones son tan grandes como la virtud del honor ante cualquier enfrentamiento. Un mensaje enaltecedor y productivo que llega con el marco de tragedia. La violencia irrumpe y la muerte es lo más natural. Aun si se quiera escapar al odio muchas cosas ya están marcadas por el destino.