Mandarinas

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Un bello poema sobre el sinsentido de la guerra

Durante siglos los pueblos del Cáucaso mantuvieron conflictos constantes por el dominio de sus tierras. Ya en el siglo XX estos volvieron a recrudecerse por dos décadas (80 y 90), y en ellos se vieron involucradas las repúblicas de Georgia y Abjasia. Esta guerra dejó un saldo de más de 50.000 refugiados, además de miles de heridos y muertos.
Después de la caída de Unión Soviética, Georgia restablece su antigua Constitución fechada en 1921. Los abjasios, al ver anulado su nivel de autonomía, declararon su propia independencia el 23 de julio de 1992. Esto generó que Abjasia se transformara en refugio de grupos enfrentados al gobierno central de Georgia. Y, a su vez permitía al gobierno de Georgia invadir Abjasia provocando la huida del gobierno independentista. La derrota de los rebeldes provocó, en una primera instancia, la formación de una Confederación de Pueblos Montañeses del Cáucaso: una agrupación paramilitar de diferentes pueblos pro-rusos (osetios, cosacos, chechenos, etc.) de la zona.
El filme “Mandarinas” (mandariinid, o tangerine, 2013), del director y guionista georgiano Zaza Urushadze, que representó a Estonia en los premios Oscar, es una fábula antibélica que en si misma plantea la relación de los opuestos en un pormenorizado estudio sobre sus cuatro personajes principales. Y en cierto modo es a la vez un análisis de la idiosincrasia de las etnias a las cuales pertenecen.
Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XIX, en Abjasia(vertiente suroccidental de la cordillera del Cáucaso) se establecieron muchas aldeas estonias. La guerra abjasio-georgiana, alteró esa apacible vida campesina que los habitantes estonios llevaban en esas tierras. La mayoría de ellos decidieron regresar a su patria histórica, pero a la vez desconocida. el protagonista, Ivo (excelente interpretación de Lembit Ulfsak), decide quedarse y la relación con su familia es a través del retrato de su nieta, apoyado sobre una repisa, como si ella desde la distancia le infundiera valor para quedarse.
Ivo, en su limitado taller de carpintería, sólo tiene un cliente, el bonachón Margus (Elmo Nüganen), un campesino estoniano que vive de la recolección de mandarinas. Él fabrica las cajas de madera que servirán para el transporte de la fruta. La guerra recrudece, y los ataques de uno y otro bando son más cercanos al hogar de Ivo y de Margus. Los enfrentamientos entre grupos de georgianos y de legionarios chechenos que luchan con los abjasios, van sembrando los campos de muertos.
Ivo, con su rectitud y humor caustico, mientras trabaja en el taller, escucha una serie de disparos seguidos de una fuerte explosión. Dos grupos se han enfrentado. Ivo lleva a su casa al herido, un georgiano, y lo encierra en un cuarto porque en el otro tiene a un checheno que había sido herido en una escaramuza anterior. El hombre les hace prometer que mientras estén bajo su techo se respetarán y no intentarán matarse el uno al otro. Para ello apela al sentido moral y a los códigos de honor de cada uno.
“Mandarinas” reflexiona sobre el valor de la vida y el absurdo de la muerte ante la guerra. Podría incorporarse a la pléyade de películas antibelicistas que han intentado dar una llamada de atención al mundo desde distintos puntos de vista, pero con complejidades parecidas. Con “El árbol de lima (Eran Riklis,2008) se aborda el conflicto palestino-israelí, y con ella comparte la excusa de los cítricos; con “En tierra de nadie” (“No man's land”, “Ni#269;ija zemlja”, Danis Tanovi#263;, 2001) que toma la guerra de Bosnia de 1993, coincide con el tema del encuentro de dos soldados enemigos: uno bosnio y otro serbio. También se vincula de alguna manera con “Noche de paz” (“Joyeux Noel”, 2005, Christian Carion), cuando en 1914 soldados alemanes, franceses y escoceses celebraron juntos la noche buena; con Kukushka (2002, Aleksandr Rogozhkin), el personaje es una mujer lapona que cuida de un soldado finlandés y de uno soviético durante la Segunda Guerra mundial; “Mi mejor enemigo”(Alex Bowen, 2005), se basa en el conflicto del Beagle que enfrentó a Chile con Argentina; “Cofrade”(2011, Petter Næss): en una Noruega en guerra los enemigos se convierten en amigos, o como “El silencio del mar” (“Le silence de la mer”,1949), de Jean-Pierre Melville, trata sobre una casa cerca del mar en la que deben alojar a un oficial alemán un anciano y su sobrina.
La guerra de los cítricos hace referencia a que los que combaten son sólo hombres luchando por la tierra en la que crecen mandarinas, como podrían haber crecido otras frutas, no importa el objeto, importa la razón, y ella está representada por la tierra. No importa a qué bando pertenezcan, siempre morirán solos, desnudos y olvidados, y en algunos casos hasta estarán compartiendo una multitudinaria fosa común perdida por los campos, donde volverán a crecer los sembrados.
Escrita en sólo dos semanas y filmada en un poco más de un mes, el director de cine georgiano Zaza Urushadze consiguió con su pequeña, pero entrañable, película, ganar en los festivales de: Varsovia, Bari, Palm Springs, Seattle. Ser finalista a mejor película extranjera en los Globos de Oro, y en los Oscar de Hollywood 2015.

La fotografía de Rein Kotov es excelente. Todo su esquema fue poner siempre un punto de fuga sobre colores que se van diluyendo hasta alcanzar el objetivo de un primer plano, a veces sobre un rostro, otras sobre las casas, otras en el paisaje. En cierta forma logra que los objetos cobren vida, es decir esa cotidianeidad que les da el uso como: un té que se enfría, el humo que se pega a la ventana, la radio cuya música se entremezcla con el ruido que provoca la sierra al cortar la madera, la cocina de leña que arde permanentemente, al igual que los ánimos de los que pelean.

La bellísima música del compositor georgiano Niaz Diasamidze, es desde el negro inicial el leiv motiv, con sencillos acordes de un “panduri”, (laud popular de Georgia), la que acompañará durante todo el filme el viaje de esos personajes que tratan de escapar a la muerte, y al olvido, para sumergirse en una realidad incomprensible y trágica.
Pero lo más interesante, como si fuera un planteo teatral, es la propuesta que los conflictos, sean bélicos o por cualquier otro motivo, siempre son individuales, y aunque en el afuera la guerra avanza, el núcleo dramático ocurre entre las cuatro paredes de la casa, donde deben convivir dos enemigos que pueden unirse cuando su integridad es atacada por otro enemigo común: el ejército mercenario.
La poética de “Mandarinas” reside en la habilidad del director para contar una historia que es semejante a la vida misma, plagada de momentos dulces y de sinsabores, de instantes de humor y otros de dolor. “Mandarinas” es una verdadera obra de arte porque mediante un bosque de árboles de mandarinas lleva al espectador a reflexionar, a la manera metafísica de Tarkovsvki, sobre: la obstinación de un hombre por mantener sus valores, que tienen algo de totémico e irracional, y es a la vez un tributo a la naturaleza, que ajena y extraña se mantiene inmutable frente a la perversión de las armas, pero también es un llamado a la paz, la concordia y a ponerle fin al sin sentido de la guerra.