Malón

Crítica de Carlos Herrera - Cinevivo

Los absurdos y tragicómicos personajes de Samuel Beckett preferían no hacer nada mientras esperaban que Godot llegara para hacerlos trascender en la vida.

Porque, ¿para qué se tiene la vida? El hombre siempre tuvo esta pregunta pero nunca su respuesta. Por eso cada individuo trata de hacer con su vida lo que puede, que no siempre es lo que quiere.

Fabián Fattore, en su película Malón, narra un lapso de la vida de Sosa, un hombre que sólo “permanece” sin hacer nada para que algo pase por su existencia.

Pareciera que el cine argentino no comercial de la última década estuviera en permanente experimentación sin llegar a plasmar un estilo definido en ningún género.

Fabián Fattore encuentra la manera de hacer su filme sin que el guión, que él mismo escribió, tenga ningún tipo de conflicto en su trama. A Sosa, su personaje, no le sucede nada porque tampoco busca que en su vida pase algo.

El espectador tiene gran libertad para construir su propio relato basándose en la historia previa de cada personaje, pensando y repensando lo que les puede haber ocurrido para ahora vivir de la manera en que lo hacen.

La fotografía de Alonso Luque remarca los perfiles de todos los personajes y en los brillos y sombras de Sosa, en largos close up, pareciera indicar que en su vida hay algo que no es gris.

Llega al espectador el mensaje de que la vida sólo transcurre sin que el hombre pueda hacer nada, que el destino marca lo que sucederá o no.

En las conversaciones de los parroquianos están los parlamentos más ricos de la película, refiriéndose a la turbulenta vida política argentina cuando en 1973 regresó Perón de su exilio.

Sosa, el personaje de la película Malón, a quien en el bar apodan “Firpito” escucha hablar de los manifestantes que portaban palos y pancartas en el siglo XX mientras mira el cuadro El malón en el que los indígenas en el siglo XIX regresan de efectuar saqueos blandiendo sus lanzas. El espectador puede asociar esas imágenes televisivas de los piquetes del siglo XXI en los que los manifestantes esgrimen bastones y estandartes.

La película tiene encuadres que están acertada y totalmente en función de la narración pero también tiene algunos que están enriquecidos creativamente; por ejemplo, en los que los extremos de la imagen están oscuros y en el centro de la pantalla se desarrolla la acción a cuya visualización el espectador accede como si fisgoneara por una hendija.

La profusión de larguísimos close up del protagonista y varias reiteraciones, hacen correr el riesgo de que este filme pueda ser considerado monótono por un sector de la platea y que a otro porcentaje de espectadores le recuerde a los reality show televisivos, a pesar de las escenas en exteriores.