Maligno

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Mito urbano o no, la ciudad de Seattle es consideraba uno de los destinos más lluviosas de todo Estados Unidos. Cuna del grunge y urbe que viera nacer a bandas epítomes como Nirvana o Pearl Jam, recibe un promedio de milímetros caídos de agua por jornada bastante considerable. Ubicada entre cordones montañosos, su clima le ha proferido el mote de ‘ciudad de la lluvia eterna’. Aquí se emplaza la última ficción de James Wan, cineasta malayo nacionalizado australiano y otrora maestro del terror. Todo tiempo pasado fue…

Podríamos pensar que la abundante caída de agua presente en el argumento de “Maligno” obedece al enésimo cliché genérico, más allá de emplazarse en coordenadas geográficas que obedezcan a este tipo de fenómenos naturales. Digamos que toda precipitación noctunra sirve como elemento atmosférico a una buena historia de terror. No es este el caso. Mero disfraz para tiempos vacuos. El aguacero acumulado no nos salva del naufragio intelectual. James Wan, desdibujada ya su silueta de culto, parece haber sido víctima de una auténtica inundación de ideas. Sumergida su capacidad de conmoción, “Maligno” adquiere forma de broma de mal gusto.

Hace ya algunos años que el creador de las franquicias “El Conjuro” e “Insidous” delegó la silla de director de ambos proyectos, conservando su labor como productor y guionista. El resultado fue paupérrimo, y sendas sagas se ocuparon de mancillar el legado establecido por dos de los abordajes al cine de terror más originales de la última década. Dejando la inventiva de lado, solo se ocuparon sus inescrupulosos estudios de financiación en acumular secuelas intrascendentes. Poco queda intacto de la ambición y de la provocación de la que hiciera gala el creador de notables productos como “El Juego del Miedo” (2004), “Dead Silence” (2007) o “Dead Sentence” (2007). Estropeando su carrera merced a aventuras mediocres como “Furious 7” (1015) o “Acquaman” (2018), parecen los mejores días creativos de Wan haber quedado definitivamente en el olvido.

Llevando a la enésima potencia el valor irrisorio de una trama carente de todo verosímil y atino, “Maligno” resulta obscena en su pretensión de conformarse como un ejemplar digno de generar una considerable dosis de miedo. Agotado todo recurso posible que pretenda perturbar al más incauto espectador, sus casi dos horas de metraje se resienten mediante un rejunte de efectos archiconocidos, diálogos que rebosan absurdo y un poco idóneo manejo del más sarcástico humor. Los primeros quince minutos de la historia dilapidan las posibilidades visuales de una propuesta estéticamente pobre. Conocemos de memoria las sombras amenazantes ocultas en la lúgubre mansión. También sabemos que el mal se cierne sobre los protagonistas, cada vez que las frecuencias radiales interferidas y las luces parpadean presagiando lo peor.

Lo que seguirá a continuación de semejante introducción, bajo las merecidas disculpas de todo spoiler argumental, es la payasesca invención de un hermano gemelo parasitario capaz de engendrar todo el resentimiento y la maldad posibles. El relato alimenta la monstruosidad de esta criatura deudora de “Alien”, no obstante, el film acaba por fagocitarse a sí mismo. Disfrazado de pesadillesco Quasimodo deforme y escurridizo, cual grotesca criatura operando en las sombras, ajusticiará a sus victimarios, a fin de convertirse en un indetenible ente demoníaco que desafía las leyes espacio temporales y actúa mediante poderes mentales. Ni Wan cree semejante despropósito guionado a seis manos, tan pobremente actuado.

El micro universo argumental que contiene la flamante propuesta de un preferido de la platea juvenil, atiborrado de endeble complejidad psicológica y en búsquedas de reiterados guiños a clásicos del subgénero de terror gótico, persigue denodadamente la auto validación, solo para colisionar, una y otra vez, con sus propias limitaciones creativas. Mediocre intención de emular a Brian de Palma y asombroso sacrilegio de auténticas obras maestras firmadas por Dario Argento, “Maligno” no logra escapar al tedio, a la reiteración y la convención. Es un ejercicio del cine sobre el mentado doble oscuro literario convertido en paródica caricatura impotente de causar terror. Es miseria intelectual y pobreza de instrumentación.

Estamos ante una confusa historia de fantasmas, lo suficientemente tibia como para ser slasher y demasiado conservadora como para abordar la vertiente sobre posesiones demoníacas que tan prolífica comunión teje con la tradición genérica. Infierno en vida para los malogrados intérpretes sumergidos en esta farsa, “Maligno” peca de falta de originalidad y no teme inmolarse en una salvaje y ridícula performance. Su desproporcionado desenlace se preocupa por violar todos los códigos genéricos posibles: asistimos a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo sacado de un videogame de baja resolución. Luego, la secuencia dialogada que acompaña tal pasaje tiñe al film de un edulcorado y melodramático aire de culebrón. Es la redención de vínculos sanguíneos más ridículamente guionada que este humilde escritor haya podido contemplar en una sala a oscuras. Una estafa moral que se ríe de todos nosotros.

Cuando todo parece encaminarse de modo deficiente, Wan sabe hundirse aún más en el fango de la superficialidad. ¿Dónde quedó el arrojo de aquel cineasta capaz de asustarnos gracias a un sentido proverbial del ritmo cinematográfico? “Maligno” es un desperdicio demencial que derrama somnolencia y agudiza una falta de inspiración preocupante. Están por demás advertidos: puro desecho cinematográfico y bizarra ofensa al buen paladar de todo incauto cinéfilo. Vivimos tiempos de cine chatarra.