Maligno

Crítica de Ignacio Rapari - Cinergia

Una de las producciones más irresistibles del año

El aclamado director James Wan regresa al género que lo consagró y el resultado es tan satisfactorio como confuso. Afortunadamente, está ausente la solemnidad de varias obras del nuevo terror y la abrumadora dependencia del jumpscare, presente en numerosas producciones del cine mainstream. Sin embargo, es inevitable percibir la tensión entre lo que le interesa a Wan y lo que le interesa a una major como Warner Bros.. De todas maneras, el primer acuerdo entre ambos no debió resistir mayor análisis: la diversión no se mancha.

Que homenaje al giallo italiano, que al cine clase B y “la mar en coche”. Desde que se dieron a conocer las primeras noticias y avances de Maligno, todo parecía consistir en descifrar que influencia podía advertirse en la nueva producción de Wan (El juego del miedo, La noche del demonio, El conjuro, La noche del demonio 2, Rápidos y furiosos y, El conjuro 2, Aquaman), como si todo dependiese del homenaje que se le rinde a un tiempo pretérito y mejor. Claro, después de ese garrafal error llegan las decepciones: “¡Una falta de respeto al giallo!” ¡Cómo Wan va a decir que fue influenciado por De Palma y Cronenberg, es una falta de respeto! En definitiva, estas son las consecuencias de lo que hoy parece la inevitable necesidad de que todo tenga una relación. Y claro está que mayormente esas conexiones existen, pero no necesariamente deberían repercutir con tamaño impacto. Probablemente, desprenderse de esa costumbre haga que Maligno se disfrute mucho más.

En estas instancias, lo mejor es -también- evitar cualquier persecución publicitaria, característica no solo en las producciones de Warner Bros., sino también en avances que atentan contra la imaginación del espectador. Vamos a lo fundamental.

Terminada la película, no quedarán dudas de lo que el director tenía en mente a la hora de construir Maligno. Habrá quienes apoyen esa idea porque es lo que esperaban ver -aunque en mayor medida-, quienes la defenestren porque la ansiaban pero con otra ejecución (habrá varios) y quienes terminen desconcertados tras la segunda mitad del metraje (de estos habrá miles), obviamente, luego de una inevitable comparación con la primera mitad, donde todo resulta edulcorado en los términos que el cine mainstream del género requiere: poca sangre, ingenio contenido, luces titilantes y nada – ¡pero absolutamente nada! – que pueda alejar o mal predisponer al espectador. Y no olvidemos algo tan burdo como, en vez de hacer sonar “Zombie” de The Cranberries, para nada más ni nada menos que una película de zombies (El ejército de los muertos), acudir a una reversión instrumental de “Where Is My Mind” de The Pixies, cuando el eje argumental parece concentrarse en la locura. Todo muy directo, ¿no?

Ahora bien, esa segunda mitad, amén de no arriesgar en demasía, definitivamente aspira a otro target. Y ser absolutamente consciente de que el delirio es tal y no otra cosa es un gran punto a favor para conectar con el espectador. Aunque, ¿qué hacemos con aquellos que se sentían a gusto con lo que se aproximaba a “lo convencional”? Puede que allí esté uno de los grandes problemas de Maligno. Hay un “de todo” que puede desorientar. Podría imaginársela como el resultado de un plan de trabajo basado en concesiones recíprocas: “Yo te doy esto, pero vos me das aquello”, y las constantes pujas que provoca ese esquema.

Insistimos en que no parece necesario descubrir cuántos homenajes hay al giallo, al cine B o a directores como de Cronenberg o De Palma. Sí, quizás, algún plano invite a captar la referencia. Pero punto y a otra cosa. Lo que verdaderamente hay que contemplar de Maligno es su rareza, atípica no solo en su objetivo comercial sino también en los atribulados tiempos que hoy la tienen en la pantalla grande. Y claro, sus inestables tonalidades, cautivantes para unos o intolerables para otros.

En definitiva, el regreso de James Wan es tan caótico como encantador. Pero permítanse disfrutar sin grandes exigencias. Aún a pesar de los radicales cambios de registro, Maligno, además de confirmar la versatilidad del director malayo, entretiene demencialmente. Y eso, es motivo de felicidad.