Maligno

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Maligno", de James Wan: comida chatarra

Como el realizador y productor malayo (radicado en Hollywood) sabe que la cosa va a funcionar y es especialista en sagas, en "Maligno" vuelve a dejar la puerta abierta para una continuación. 

Por lejos el productor y director más exitoso de este siglo, James Wan es un mamarrachero. Como productor expande las películas que funcionan bien y las convierte en sagas (la de El juego del miedo/Saw, la de El conjuro & familia). Como realizador, acumula y yutxapone referencias, estilos, corrientes, tramas, convenciones genéricas y sobre todo tareas de cortado y pegado, en pastiches que a veces funcionan mejor (La maldición del demonio/Insidious), a veces medio cochambrosamente, como la primera El conjuro, y a veces decididamente mal. Ése es el caso de Maligno, que seguramente romperá todo en la taquilla mundial.

Wan sabe, entre otras cosas, que “inflar” la película siempre es bueno. Un poco porque la proliferación de tramas y subtramas genera un efecto-góndola, que permite al espectador ir de una historia a otra, eligiendo con qué producto se queda. Y otro poco porque esa sociedad de la abundancia que son sus películas deja al espectador pipón pipón, después de haber tragado una hamburguesa triple y un balde gigante de pochoclo, y haber despachado de un trago uno de esos vasos de gaseosa que miden medio metro de alto. La junk food de Maligno tiene como ingredientes uno de esos cuchilleros estilo Martes 13, varias víctimas por supuesto, una suerte de culebrón familiar con hija adoptiva, dos madres, hermana menor celada y hermano gemelo convertido en monstruo por envidia de las hermanas, marido abusador, esposa víctima, varios abortos, una clínica donde conviven psiquiatras y cirujanos, un hipnoterapeuta, guantes de cuero negro como en una de Dario Argento, peleas de película de kung-fu y, faltaba más, una fábula de empoderamiento que se cuela por la ventana casi en tiempo de descuento y se resuelve en un par de frases. Como el realizador y productor malayo radicado en Estados Unidos sabe que la cosa va a funcionar y es especialista en sagas, deja la puerta abierta para la segunda parte.

Dos o tres méritos puntuales suben uno o dos puntitos la calificación. Uno es una escena construida con todos los recursos clásicos del género (sectores de sombra que podrían albergar al monstruo, zonas vacías que generan la idea visual de un inminente visitante no deseado en cuadro, trabajo sobre la profundidad de campo, mutismo de la banda sonora). Otro es la graciosa veta autoparódica aportada por una investigadora escéptica, que funciona como crítica implacable de tics del género (aunque la película los reproduzca, al punto de que el malo se ríe con la típica “carcajada de malo”). Finalmente se sincera y asume plenamente el ridículo, que permite reírse de la película junto con la película, con un monstruo que evoca al protagonista de The Thing with Two Heads, aquélla en la que el racista Ray Milland se veía obligado a convivir con un negro, cabeza a cabeza. Pero éste tal vez lo supere por su capacidad de caminar hacia atrás, como un cangrejo humano. Lo que resulta muy gracioso, aunque se supone que debería asustar.