Maléfica

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

El gótico revisionismo de las hadas

Sí, quizás lo mejor de este texto sea el pretencioso título que lo antecede. Pero esperamos que el lector vaya entrando en clima con él. Porque la compañía del tío Walt, que hace un tiempo se le animó a impulsar la precuela de un clásico ajeno (“Oz: El poderoso”, basada en lo que Frank L. Baum pensó sobre “El mago de Oz”), se vio revisada en clave de fantasía épica con “Blancanieves y el Cazador”. En ese contexto, y situándose en un punto intermedio entre ambas propuestas (celebradas por estas páginas), Disney se jugó a hacer lo mismo con uno de sus relatos más queridos, el que le da una de sus imágenes icónicas (ese castillito que aparece antes de cada filme): “La Bella Durmiente”.

La referencia a lo gótico está en la tensión entre luz y oscuridad en el personaje protagónico (la clave de todo), en “formas de belleza extracanónicas”, pero también en el oscuro vestuario lucido por la protagonista, con sus largos pliegues, sus cuellos rígidos y sus pieles de serpiente enroscándose en los cuernos. Y también en la ominosa música de James Newton Howard y la versión oscura de “Once upon a dream” a cargo de Lana del Rey.

Y lo del revisionismo va en serio: es como si Norberto Galasso y Pacho O’ Donnell se hubiesen puesto en campaña para demostrar que lo que nos han contado no es tan así incluso en los mitos de la cultura de masas (“el mito son todas sus versiones”, referíamos, citando una máxima de las cátedras de antropología).

Luces y sombras

Se nos cuenta la tensión entre un reino de hombres (con esa medievalidad fantástica ) y “El Páramo”, una especie de santuario donde viven felices las hadas y otros seres mágicos y luminosos, colorido como el mundo de “Oz: El poderoso” y con “algo” del bosque de los mononokes de Hayao Miyazaki, con guardianes vegetales que recuerdan a los Ents de Tolkien y Peter Jackson. Allí vive Maléfica (Maleficent), una niña hada que se hace amiga y algo más del humano Stefan, quien le dará su primer “beso de amor puro” a los 16 años.

Pero la vida los va separando, en la medida en la que el reino terrenal quiere apoderarse del mágico, y Maléfica devendrá en guardiana del Páramo. Guiado por su ambición, Stefan hará algo terrible que acabará con la inocencia de Maléfica y la convertirá en la villana que conocemos y a él en rey, y luego padre de la niña Aurora, protegida por las tres haditas (“pixies”, en inglés, que tiene sus matices con “fairy”) devenidas en tías y todo lo que nos contaron.

Lo que no nos contaron es qué pasó hasta que Aurora cumpla los 16, quién fue su verdadera “hada madrina”, y la profecía del beso salvador (“de amor puro”) y todas esas cuestiones. Porque el tema con las profecías son las interpretaciones (¿alguien se acuerda de la profecía en el tapiz en “Nausicaä del Valle del Viento”, de Miyazaki?). Acá se hablará de que los reinos serán unidos por un gran héroe o por un gran villano, y el final (que obviamente será feliz, pero a su manera) nos cerrará con una reinterpretación de esa idea.

Y si “Stars Wars” puede leerse como la corrupción (por deseo de posesión) de Anakin Skywalker y su redención final, aquí veremos la simétrica caída de Maléfica y Stefan, enceguecidos por el dolor (y en un caso por la traición), y si hay posibilidad de redención para alguno.

Presencia

La película luce por el despliegue visual. Justamente se trata del debut en la dirección de Robert Stromberg, experto en efectos visuales y diseño conceptual que cumple holgadamente en guiar una cinta a su medida. El guión lo firma Linda Woolverton, una guionista de la casa que ya se atrevió a la reescritura de la “Alicia en el país de las maravillas” que dirigió Tim Burton (y que estaría preparando su versión de “A través del espejo”), que se anima aquí a la mayoría de edad en el relato.

Pero todo funciona gracias a Angelina Jolie: su presencia en pantalla es magnética y atrapante; su aplomo de villana impone como mínimo respeto con gestos mínimos, y al mismo tiempo se hace adorar por el público aun en sus momentos más oscuros. Y su rostro sin edad (a la manera de Cate Blanchett en las sagas tolkienianas) es ideal para una dama extraterrena.

Su contrafigura es Elle Fanning, que hace rato dejó de ser la hermanita de Dakota para convertirse en una rubiecita con mucha cara de buena y cachetes apretables, ideal para una princesa Aurora que es por definición más buena que la Vitina y el Redoxon juntos.

Y el antagonista por excelencia es el rey Stefan en la piel del sudafricano Sharlto Copley, que ha hecho de loco bárbaro en varias experiencias y aquí puede mostrar el “raye” progresivo de quien ha provocado su propia desgracia.

Como complemento actoral, es entrañable la participación de la celebrada Imelda Staunton junto a Lesley Manville y Juno Temple como las haditas, adorables a pesar de lo pelotazo que son, y Sam Riley como el cuervo/sirviente Diaval, áspero para decir las cosas que su ama no quiere escuchar.

Sí, como decíamos antes hay happy ending y moralejas (pero actualizadas), como para que el tío Walt no se remueva mucho en el freezer. El legado está intacto, el castillo sigue habitado, y el padre de los cuentos modernos seguramente podrá mesarse satisfecho su bigote anchoíta, donde quiera que esté.