Making off Sangriento: Masacre en el set de filmación

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Que cada género tiene sus códigos, acepciones, convencionalismos y formas de hacerlo es una verdad de Perogrullo, pero útil de recordar a la hora del análisis. Es más, en este creciente cine argentino del género de terror es fundamental tener en cuenta el nivel de producción. No puede medirse con la misma vara que a las procedentes de Hollywood, porque en cualquier caso todo termina en el guión. Si el guión no es sólido, tanto en la historia principal como en las subtramas, y si los personajes no están bien pensados y delineados, no hay manera de lograr una obra de calidad, por más millones que se invierta la cosa no funciona, o salen garrones engañosos como casi tres insoportables horas de “Transformers: La era de la extinción” (2’14)

En un registro estético emparentado con las dos primeras películas de Rob Zombie, en especial con “La casa de los 1000 cuerpos” (2003), “Making off sangriento: Masacre en el set de filmación” propone, desde el comienzo, ser una película ochentosa de asesinatos en serie, mucho gore y mucha sangre.

En una locación de filmación, en la cual un grupo de estudiantes pretende terminar la tesis final de la carrera de dirección de cine, aparecen muertos la directora y uno de los actores. Luego de los títulos, lo que queda del grupo toma el olvido de suspender el catering de esa jornada como una señal para seguir adelante y “filmar otro guión”. Para ello convocan al actor ya antes seleccionado, Ricardo B (Marcelo Pocavida), una especie de Pappo, con menos tachas pero ostentando contra los estudiantes de cine, la misma actitud que “El Carpo” tenía hacia la música pop. También llaman a Lisandro Acuña (Hernán Quintana), una especie de leyenda entre los estudiantes, para que les dirija la tesis (un Alan Smithee encubierto). Al equipo se suma una directora de arte que, irónicamente, no modifica en nada lo que ya estaba pensado. A todo esto, un inspector de policía (Valentín Javier Diment) está a cargo de la investigación de los asesinatos porque, no olvidemos, acá hay dos muertos y alguien tiene que hacerse cargo.

Ya desde los diálogos entre los atribulados estudiantes en el sillón, post interrogatorio, adivinamos un registro paródico que a su vez funciona como una constante burla a los lugares comunes del género. Aparentemente, todos están más preocupados por desaprobar el final que por las muertes. Así funciona el absurdo en ésta producción, y resulta efectivo gracias que Hernán Quintana y Gonzalo Quintana exponen en la puesta un notable fanatismo (a veces mucho) por el cine clase B. Guionistas y directores, los dos se permiten en igual medida tanto la posibilidad de divertirse con los clichés, como algunos guiños u homenajes al cine de Corman, Romero, Miner, el propio Zombie, y por qué no a otros viejos maestros, empezando por el apellido del detective: Caligari. También aparece la estética bizarro sexual de los ‘50. Como si Bettie Page fuera a algún programa de Crónica TV.

De todos modos, esta comedia negra sobre el terror, que además se anima a hablar del esnobismo o la inseguridad (la secuencia de la encuesta de la comunidad vecinal no tiene desperdicio), tiene personalidad propia, un ritmo narrativo acorde con la duración y buen timing para los gags visuales (“la vieja hecha percha” por ejemplo).

Hace más de 20 años que éste cine intenta salir a acortar la brecha generacional entre Narciso Ibañez Menta y el siglo XXI. Si bien el público tiene la última palabra, es hora de empezar a quererlo (INCAA, atiendan el teléfono por favor), y darle la oportunidad que merece. “Making off sangriento: Masacre en el set de filmación” es la confirmación de que si hay tal cosa como “nuevo cine argentino” (“Que se muera Trapero”, que. modo de gags de tribuna, se escucha en un momento en una manifestación). Al menos en éste género los realizadores tienen mucho más claro qué y cómo hacerlo.

El terror argentino está vivo y goza de buena salud.