Magic Mike

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Golden Boys

Magic Mike es un musical distinto, la clase de film que entra en una zona de grises y no porque sea difícil de categorizar. En primera instancia, cuesta encontrar la firma de autor. Si no fuera por algunos tramos sepia, coreografías capturadas desde ángulos extraños y porque, efectivamente, aparece en los créditos, Magic Mike no parece una película de Steven Soderbergh. El realizador ya se metió con un cartel de narcos en Traffic, abordó una épica revolucionaria con Che y ahora prueba con un club de strippers en Tampa. ¿Será tan fácil interpelar submundos desde el lugar de outsider? Sólo hubo un Bob Fosse para All That Jazz. En contraste con el despliegue escénico, Mike (un Tatum cuyo torso de Superman derrite mujeres al instante) lleva una vida chata, fútilmente pretenciosa; aspira a un horizonte que no encontrará y tampoco encuentra Soderbergh, por lo que el relato pierde empatía, adormece pese a los intermitentes flashes y la música ensordecedora. Mike y su clan son primos de la familia porno en Boogie Nights, pero desprovistos de humor y picardía, esa ambición que volvía entrañables a los personajes. Aunque salpique testosterona como para acomplejar a Brad Pitt, Magic Mike es, esencialmente, un film sin sangre.