Magia a la luz de la luna

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Una especie de magia

Quien vaya a ver “Magia a la luz de la Luna” se encontrará frente a un catálogo, un digesto de los temas y tópicos allenianos. En primer lugar, el protagonista gruñón (que supo encarnar él mismo, y luego comenzó a delegar), desencantado de la vida, sabedor racional de que el mundo es una porquería; confrontando con la chica joven, quizás un poco bruta, pero llena de vitalidad, que pueda sacudirle un poco esa visión (“Que la cosa funcione” fue uno de sus últimos trabajos en ese sentido). Podríamos pensar en la figura de un “Pigmalión al revés”: el hombre mayor y culto que quiere en algún modo formar a esa pequeña fuerza de la naturaleza, que termina siendo educado sentimentalmente por ella.

También aparece aquí el mundo de los “bohemios burgueses”, gente de clase alta empapada en consumos culturales. Sigue también el periplo europeo de Allen, que tras su “salida” de Nueva York pasó por Londres, Barcelona, París y Roma. Ahora llega a la Costa Azul y la Provenza: hay una historia para cada lugar y viceversa, y una forma de filmar (una fotografía, unos colores) para cada espacio.

Edad dorada

Y encima ambientada a finales de la década de los locos años '20, que supo retratar Francis Scott Fitzgerald (curiosamente, uno de los personajes de “Medianoche en París”, también ambientada en aquellos tiempos), que terminarían al poco tiempo destruidos por la avaricia de unos financistas que Scott Fitzgerald mostró (antes del derrumbe) en “El gran Gatsby”.

El clima de época está dado no sólo por la muy lograda recostrucción en cuanto a vestuario y escenografía, sino también por cierta edición ingenua, de “cine de antes” (“Vamos a tal lado”, imagen del viaje en coche y “Ya llegamos”); algo del cine mudo, con los planos y contraplanos próximos de los protagonistas, como para exacerbar la gestualidad; y algo del Hollywood dorado en las reflexiones en voz alta del protagonista.

La fotografía es muy cálida, lo que resalta esos ambientes bucólicos de una Europa que hoy existe un poco menos.

También está el tema de la música, especialmente el hot jazz de aquellos tiempos, que más de una vez abrió los créditos en tipografía Winsor, ahora se extiende como uno de los hilos conductores. También esa atmósfera de salón europeo a lo “Cabaret” (que también mostraba algo que estaba por terminar), homenajeada con la presencia de Ute Lemper como cantante del local nocturno (siendo la heredera de la cultura del cabaret alemán y la obra de Kurt Weill).

El escéptico

La historia arranca con Stanley Crawford, más conocido como el gran mago Wei Ling Soo, un ilusionista de prestigio convocado por un ex condiscípulo para desenmascarar a una psíquica y medium estadounidense, que tiene cautivada a una rica familia de ese país afincada en la Riviera francesa. Brice, el heredero medio pavote de la familia, está además perdidamente enamorado de la joven.

Stanley deja a su prometida esperando por sus vacaciones para salir hacia allí con el objetivo de desenmascarar a la muchacha, como ya lo ha hecho otras veces. Todo es superchería para él, “desde los mediums hasta el Vaticano son una superchería”. “Naces, no cometes ningún crimen, y entonces estás condenado a muerte”, reflexiona.

Pero el contacto con Sophie, la chica de marras, le demostrará que otro mundo es posible, en principio en lo referido a lo más allá de lo evidente (lo que quebrará su cinismo) y luego en otros aspectos.

Química

El protagonista gruñón encuentra en Colin Firth una carnadura ideal: si Larry David podía ser un buen alter ego del entrañable Woody, en este caso nadie mejor que un inglés rebosante de sarcasmo (algo que a Firth le sale de taquito) pero a la vez joven como para protagonizar una historia de amor con una jovencita. Que por supuesto debe ser estadounidense, para lo cual eligió a Emma Stone: casi tan pelirroja como Rebecca Hall, quizás no tan despampanante como Scarlett Johansson, pero con unos ojos enormes y una sonrisa soñadora, con buena estampa para un filme ambientado en esos años, y más adorable que la Carey Mulligan de “El gran Gatsby” de Baz Luhrmann.

El elenco se completa con Simon McBurney como Howard Burkan, el antiguo compañero segundón (que tiene sus secretos); una lucida Eileen Atkins como la tía Vanessa, la aristocrática pero sensible pariente de Stanley, algo así como su único afecto. También se luce Hamish Linklater como el pelotazo de Brice, y Jacki Weaver como su ilusa madre Grace. Marcia Gay Harden puede mostrar algunas trazas de oscuridad como la señora Baker, madre de Sophie.

Erica Leerhsen como Caroline (hija de Grace) y Jeremy Shamos como su esposo George (psicoanalista, necesario para tirar como al pasar el diagnóstico de Stanley), cierran el círculo, con una pequeña aparición de Catherine McCormack como Olivia, la prometida racionalmente perfecta.

Con todos estos elementos se arma este cuento sobre los límites de lo real que cuenta que, más allá de que haya o no señales del otro mundo, “enamorarse a primera vista es una especie de magia”.