Magia a la luz de la luna

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

El romance debe continuar

Woody Allen elige la Costa Azul de la década de 1920 para reflexionar sobre el mundo espiritual y la felicidad.

Suena la música y la cita con Woody Allen está en marcha. Magia a la luz de la luna pone en el centro del enredo a un mago y una médium, en la Europa de 1928. El director se entretiene contando una anécdota simpática, con especial atención en lugar y tema a tono con la música: la Costa Azul, la clase alta europea que entretenimiento y una pareja despareja. Colin Firth, con su rictus más británico, se pone en el traje del ilusionista estrella, Stanley Crawford, que debe desenmascarar a la impostora; en tanto la joven y frágil Emma Stone es Sophie, la chica que recibe vibraciones y ve el pasado de sus huéspedes embelesados.

La película no supera la anécdota y cuesta entrar en el juego amoroso de los protagonistas que tienen que superar diferencias de edad, formación y concepto de la vida.

Firth recuerda a aquel pretendiente tímido de El diario de Bridget Jones, aunque con el sarcasmo de Allen que lo vuelve su alter ego con porte de galán. La joven actriz tiene la responsabilidad de encantar al espectador, mientras la trama sigue un curso plácido y previsible.

En la Costa Azul, Stanley Crawford departe con su colega Howard Burkan (Simon McBurney) sobre las mil y una posibilidades de la existencia de un mundo espiritual, imbrincado en el concreto, el que estudian los científicos y aprovechan los magos profesionales.

Woody Allen se depacha con citas de Nietszche, reflexiona extensamente, sin perder el encanto, por boca de los personajes. "Del espiritismo al Vaticano es todo falso", dice Stanley desde el limbo de la familia que discute con naturalidad sobre los poderes de Sophie. Acompañan al escéptico mago una tía, imprescindible para la historia. Eileen Atkins es tía Vanessa, personaje con el que el hombre, que ve vulneradas sus certezas, confiesa la novedad del amor, o algo así.

Bellamente fotografiados por Darius Khondji, los ambientes lujosos, cuidados en cada detalle, y la naturaleza impactante acompañan la idea de que cualquier grado de optimismo es apenas una ilusión. Entre lo racional y lo espiritual, hay un baile de palacio, un auto descapotable rojo, el planetario (sólo una escena, a pesar de la referencia a la luna).

Sin la magia de la divertida Scoop (la historia de amor que protagonizaron Scarlett Johansson y Hugh Jackman), Allen vuelve también sobre el tema de la felicidad y Stanley es un escapista en varios sentidos. En la película discurre la filosofía socialmente permitida y el director se da el lujo de poner unos segundos de cabaret con Ute Lemper cantando, en segundo plano.